TL;DR
- La hipótesis de *ŋAN propone una raíz proto-sapiens ultraantigua con el significado de “aliento, fuerza vital, alma”.
- Mediante cambios fonéticos regulares (*ŋ > g/k/h/∅), sus descendientes se encuentran globalmente en palabras como el PIE *an- (anima), el sino-tibetano *ŋa (“yo”) y el austronesio *qanitu (espíritu).
- La evolución semántica de “aliento” a “alma”, luego a “yo mismo” e incluso “yo” es una trayectoria común entre lenguas.
- Esta reconstrucción especulativa responde a críticas de la lingüística de tiempo profundo integrando patrones fonosemánticos y arquetipos culturales.
- Aunque no está probada, la hipótesis ofrece un modelo sugerente de un fósil lingüístico compartido que codifica el vínculo entre el aliento y la condición de persona.
El antiguo aliento de vida: reconstruyendo un proto-sapiens ŋAN
Introducción: un aliento que se volvió el yo#
Las lenguas humanas de todo el mundo comparten un patrón curioso: las palabras para “aliento” y “aire” a menudo funcionan también como palabras para “espíritu”, “alma” o la vida misma. Esta observación sustenta una hipótesis audaz: que una raíz proto-sapiens ultraantigua, *ŋAN, significó originalmente “aliento, fuerza vital o alma”, y que, a través de milenios de deriva semántica y cambio fonológico regular, sus descendientes han llegado a significar “espíritu”, “alma”, “persona” e incluso el pronombre de primera persona “yo” en lenguas de todo el planeta. En este informe presentamos en detalle la hipótesis de *ŋAN. Esbozaremos las vías fonológicas propuestas (por ejemplo, cómo una nasal velar inicial *ŋ podría convertirse en g, k, h o desaparecer), rastrearemos la evolución semántica de “aliento” a “alma” y luego a “yo mismo”, y revisaremos evidencias de diversas familias lingüísticas. El tono es necesariamente especulativo —las reconstrucciones de un proto-mundo quedan muy por encima del horizonte temporal del método comparativo tradicional—, pero aspiramos a ser rigurosos al reunir datos tipológicos, fonosemánticos y culturales que vuelven esta hipótesis intrigante. También abordamos desafíos metodológicos y críticas (como la convergencia casual y los límites de las leyes fonéticas regulares a grandes profundidades temporales) mientras construimos el argumento de que *ŋAN podría ser un auténtico artefacto léxico antiguo: un fósil lingüístico que codifica el vínculo entre aliento y condición de persona.
*Vías fonológicas de ŋAN y sus reflejos globales#
Uno de los pilares clave de esta hipótesis es que la raíz *ŋAN experimentó cambios fonéticos regulares en distintas líneas, produciendo una constelación de formas como an, ŋa, gan, kan, han, hun, jin, khwan, etc. Primero examinamos cómo la consonante inicial *ŋ (una nasal velar) podría evolucionar en varias familias lingüísticas, y luego ilustramos con ejemplos:
*Retención o pérdida de ŋ: Muchas lenguas no permiten *ŋ al inicio de palabra, lo que lleva a su pérdida o modificación. Así, *ŋAN a menudo sobrevive como an- (con la nasal eliminada) o con un ataque glotal compensatorio. Por ejemplo, en el protoindoeuropeo (PIE) la ŋ inicial no es reconstruible; la raíz PIE aparece como *h₂an- o *an- (sin nasal inicial), con el significado de “respirar”. Esta raíz dio el latín anima “aliento, alma” y animus “mente, espíritu”, el griego ánemos “viento”, el irlandés antiguo *anál/anadl “aliento”, el gótico uz-anan “exhalar”, e incluso el irlandés antiguo animm “alma”: evidencia clara de que la forma an- portaba la noción de aliento y alma en las culturas indoeuropeas tempranas. En estos casos, *an- del PIE corresponde al *ŋAN hipotetizado con la ŋ eliminada (o quizá reflejada como una laringal perdida *h₂).
***ŋ > ŋ (preservación): Algunas familias lingüísticas sí preservaron la *ŋ inicial. En particular, se reconstruye en el proto-sino-tibetano un pronombre de primera persona *ŋa “yo”. Los textos del chino antiguo escribían “yo” con caracteres como 吾 y 我, reconstruidos como chino antiguo *ŋˤa y *ŋˤajʔ. Muchas lenguas siníticas modernas aún conservan rastros de esto: por ejemplo, el cantonés ngo “yo” (de *ŋo) y el shanghainés ŋu “yo”. El tibetano también usa ང (nga) para “yo”, reflejando directamente una antigua *ŋ. En estos ejemplos sino-tibetanos, *ŋAN > ŋa (con el significado de “yo”), que sostenemos está semánticamente conectado con *ŋAN “alma, yo mismo” (véase más abajo el cambio semántico). De igual modo, en la familia austronesia, las reconstrucciones del proto-micronesio incluyen *ŋaanu o *ŋunu para “alma, espíritu” (compárese el mortlockés ŋéén “fantasma, espíritu” y el puluwatés ŋúún “alma” en Micronesia). Esto indica que *ŋ se conservó en el protolenguaje y solo cambió posteriormente en algunas lenguas hijas.
***ŋ > g o k (desnasalización): Muchas lenguas convirtieron una nasal inicial en una oclusiva. Esto ocurre a menudo con *ŋ, produciendo g (oclusiva velar sonora) o k (sorda). Por ejemplo, algunas lenguas tibeto-birmanas tienen formas de primera persona en k- junto a formas en ŋ-, aparentemente debido a un prefijo o a una desnasalización dialectal. En la rama kiranti del tibeto-birmano, el limbu tiene aŋa para “yo”, pero la lengua emparentada yamphu tiene ka para “yo”, lo que sugiere que la *ŋa original se volvió *ga/*ka en algunas líneas. De modo similar, una hipótesis es que un dialecto indoeuropeo temprano pudo haber reintroducido un sonido fuerte G/K: compárese el pronombre de primera persona del singular del tocario B āke (quizá de *ŋa-ka) frente al sino-tibetano *ŋa. Aunque es especulativo, estos indicios muestran que *ŋAN podría aparecer como gan/kan. De hecho, algunos han propuesto para el proto-mundo un pronombre de primera persona *anaku o *ŋaku, que contiene tanto un elemento *a(n)- como un -ku, quizá un sufijo pronominal. Si *ana- era la raíz “alma/yo”, añadir *-ku (“mi”) podría producir “mi alma” como forma de decir “yo”. (Es notable que la palabra acadia para “yo” era anāku, y el proto-semítico *ʔanāku > árabe anā, hebreo ani “yo”, que los especialistas han analizado desde hace tiempo como conteniendo un elemento *an-.) Este análisis implica que ŋAN > an (alma) podría combinarse con un determinante (-ku o similar) para producir una forma de “yo” que luego se fusionó. En cualquier caso, es verosímil que *ŋ > g/k ocurriera cuando se perdió la nasalidad pero se mantuvo el punto de articulación velar, produciendo g o c/k fuerte. Podríamos ver un eco tenue de esto en palabras como el latín genius (pronunciado con una g suave [dʒ]), que significa el espíritu guardián de una persona o lugar. Genius procede en realidad de la raíz PIE *genə- “engendrar, producir”, no de *ane-, de modo que es una raíz distinta; pero la superposición conceptual —genius como el espíritu propio o “deidad que te generó”— muestra cómo una secuencia g-n llegó a significar espíritu personal en latín. Es tentador, aunque no probatorio, que los genii/genie del folclor sean también espíritus. (El inglés “genie” para espíritu viene del francés génie < latín genius, pero se usó para traducir el árabe jinn: una interesante convergencia de forma y significado, que se comenta más abajo).
***ŋ > h (fricativización) o ∅: Otra vía común es que *ŋ, especialmente si tenía un elemento glotal precedente, pudiera convertirse en una fricativa glotal h. En algunas líneas lingüísticas, una nasal velar inicial pudo reinterpretarse como una glotal nasalizada o un sonido de respiración, que finalmente se oyó como h o se perdió por completo. Por ejemplo, el chino antiguo 魂 *(hún) “alma” se reconstruye como m.qʷˤən o ɢʷən: aquí la raíz tiene una **q/**ɢ (oclusiva uvular) con coloración nasal (prefijo [m.]) en el sistema de Baxter–Sagart, que en chino medio se convirtió en un ataque *h- (chino medio hwon). Así, el chino antiguo *ŋʷən pudo haber cambiado a *xwən > hwn > hun. De hecho, el chino 魂 hún “alma espiritual” se parece mucho a la palabra proto-tai para “alma”: el tailandés ขวัญ (khwan, con kh aspirada) significa “esencia vital animista; espíritu”. El proto-tai se reconstruye como *xwənA para este término, que son esencialmente los mismos sonidos que el chino antiguo *qʷən (si se ignora el elemento prefijal menor). Muchos especialistas creen que esto no es casualidad: o bien una lengua tomó prestado de la otra, o ambas heredaron el término de una fuente común. En cualquier caso, se produjo un cambio velar→glotal: chino *ɢw- > h-, tai *ŋw- (o *qw-) > *xw- > kh-. La hipótesis de *ŋAN ve esto como una transformación predecible de *ŋAN: una nasal [ŋ] se volvió una fricativa sorda [h/x] (una forma de lenición), y quizá la vocal *A se abrió a *ɔ o *u en estas palabras (dando *xwən con *ə o *un). De forma similar, los cognados austronesios muestran qaNiCu > anitu/hantu: el proto-malayo-polinesio qanitu (“espíritu ancestral, fantasma”) tenía una *q inicial (cierre glotal) más una consonante nasal *N (que en la notación austronesia suele representar *ŋ). En muchas lenguas hijas, *q se perdió o se volvió *h, y *N se convirtió en n: por ejemplo, el tagalo anito “espíritu, fantasma” (de qa-niCu, perdiendo la q-), y el malayo hantu “fantasma” (de qa-nitu, donde q > h y nitu >ntu). El cognado polinesio aitu/atua (espíritu, dios) procede de manera similar de *qanitu (se pierde la glotal, se conserva *n). Estos ejemplos muestran el patrón *ŋ/*q > ∅ o h. Incluso en el ámbito indoeuropeo hay paralelos: la palabra inglesa soul es no relacionada (del germánico *saiwalō), pero la palabra ghost procede del PIE g̑hēis- “respirar”: una raíz distinta, pero notablemente una que comenzaba con un sonido aspirado gh. Y, de forma sugestiva, el egipcio ankh (escrito Ꜥnḫ), la antigua palabra para “vida, alma”, comienza con una consonante glotal (Ꜥ) y luego nḫ, sonando como “anh”. ¿Podría Ꜥnḫ del egipcio estar emparentado a gran distancia con *ŋAN? No podemos afirmarlo, pero resulta llamativo que la palabra que literalmente representa la vida en los jeroglíficos ("☥") contenga un sonido *an-.
***ŋ > palatal o y (palatalización): Aunque es menos común, una nasal velar en ciertos entornos podría desplazarse hacia un sonido palatal (especialmente ante vocal anterior). En algunas lenguas, *ŋ > *ɲ (nasal palatal) > *y/j (aproximante). Si *ŋAN tenía una variante *ŋɛn o similar, podría, en teoría, dar un sonido j- o dz-. Esto es especulativo, pero ofrece una forma de ver las formas del tipo jin-. Por ejemplo, la palabra persa jān (جان) que significa “vida, alma, espíritu” —a menudo usada como término cariñoso con el sentido de “querido” o literalmente “mi vida”— procede del persa medio gyān, del persa antiguo jiiyān-, en última instancia del protoiranio *gʷyān- (“aliento, vida”). El protoiranio *gʷyān- a su vez se vincula con la misma raíz indoeuropea *an- “respirar” (con un prefijo *gʷ- de origen poco claro). En otras palabras, el persa jan “alma” es un reflejo indoeuropeo de *an- (con una *g/*j añadida), no un préstamo del proto-sapiens; sin embargo, su sonido (jan~djan) encaja en el patrón *ŋAN si admitimos *ŋ > g > j. Ahora consideremos el árabe jinn (جن), los seres sobrenaturales del folclor árabe. El árabe jinn (con sonido /dʒ/) procede de una raíz semítica *√JNN que significa “ocultar/encubrir” (los jinn son “los invisibles”), no relacionada con “aliento”. Sin embargo, la semejanza con nuestro patrón hipotetizado es intrigante: jinn suena como jin. Podría ser pura coincidencia, pero resulta tentador preguntar si no habrá un sustrato más antiguo o una convergencia en juego. Algunos comparatistas de largo alcance han señalado, en efecto, que el semítico ʔan(ā)– “yo” (como en hebreo ani, árabe anā) y jinn “espíritu” evocan ambos el patrón *an/*in. Debemos ser cautos aquí: la lingüística formal no deriva el árabe jinn de *ŋAN. Aun así, desde una perspectiva fonosemántica, las culturas podrían haberse inclinado hacia sonidos similares para la noción de espíritu —quizá una forma de simbolismo sonoro o simplemente convergencia. Incluimos jin- principalmente para completar la constelación global de formas parecidas, con la salvedad de que puede ser convergente, no cognada.
Para resumir estas vías fonológicas, la Tabla 1 ofrece una panorámica de cómo la *proto-ŋAN podría emerger bajo diversas apariencias:
*Tabla 1. Reflejos fonológicos de ŋAN en varias familias lingüísticas
| Patrón de reflejo | Lenguas de ejemplo | Forma | Desarrollo fonológico |
|---|---|---|---|
| an- (Ø-inicial) | Latín, griego, céltico (reflejos PIE) | anima (lat. “alma”), anemos (gr. “viento”), anadl (irlandés antiguo “aliento”) | Pérdida de la *ŋ inicial (o *ŋ > h₂ > Ø); vocal a preservada |
| ŋa- (nasal conservada) | Proto-sino-tibetano, tibetano, cantonés, micronesio | ŋa (PST “yo”), nga (tibetano “yo”), ŋo (cantonés “yo”), ŋéén (mortlockés “espíritu”) | ŋ conservada como [ŋ]. La vocal A suele mantenerse como /a/ o adelantarse a /e/ en algunas lenguas (mortlockés). |
| ga- / ka- (oclusiva velar) | Kiranti (yamphu, waling), quizá dialectos IE tempranos | ka (yamphu “yo”), aŋ-ka (waling “yo”); (latín genius “espíritu de la persona”, véase el texto) | ŋ desnasalizada a [g] o ensordecida a [k]; a veces un prefijo *k- fosilizado (como en algunas formas kiranti) |
| ha- / Ø- (aspiración o pérdida) | Chino, tailandés, austronesio, ¿semítico? | hun (chino antiguo xwən “alma”), khwan (tailandés “alma”), hantu (malayo “fantasma”), anito (tagalo “espíritu”), (ani/ana en hebreo/árabe “yo”) | ŋ > [h] por fricación (chino, malayo) o > Ø (tagalo, con pérdida de la *q/*ʔ proto-austronesia). A menudo un cierre glotal o un soplo reemplaza a la nasal. |
| ja- / ɟa- (palatal/africada) | Persa, iranio, (árabe) | jan (persa “alma, vida”), jān (avéstico “vida”); (jinn (árabe “espíritu”) como analogía fónica) | ŋ > gʲ > [ɟ] > [dʒ]/[ʒ] (palatalización que produce un sonido j). A menudo acompañada de una semivocal palatal o vocal anterior alta subsiguiente (ŋA > ŋya). |
Nota: Los desarrollos anteriores no son leyes fonéticas monolíticas, sino tendencias plausibles observadas en varias familias. Por ejemplo, ŋ > g ocurrió en algunas lenguas tibeto-birmanas, mientras que ŋ > h se ve en chino y malayo. Habría que demostrar las leyes fonéticas regulares de cada familia: la tabla simplifica un panorama complejo para resaltar patrones globales.
*Del aliento al alma y al yo: deriva semántica y el campo semántico de ŋAN#
Si *ŋAN comenzó significando “aliento, fuerza vital”, ¿cómo llegó a significar “alma”, “espíritu”, “persona” o “yo”? La evolución semántica propuesta se basa en la casi universal metáfora animista: el aliento es vida. El cese del aliento señala la muerte; a la inversa, muchas culturas conciben el espíritu animador como una especie de aire o viento que habita el cuerpo. Así, el salto de “aliento” a “espíritu/alma” se produce de manera independiente en numerosas tradiciones. Encontramos abundante evidencia de este cambio semántico:
En las culturas indoeuropeas, el vínculo es explícito. El latín animus y anima significaban originalmente “aliento” o “aire” y, por extensión, “espíritu, alma, principio vital”. El griego pneúma (“aliento”) pasó de forma similar a significar “espíritu” o espíritu divino, y el griego psychē significó “aliento” antes de “alma”. El irlandés antiguo anál “aliento” es cognado de animm “alma”. En eslavo, aunque con otra raíz, el eslavo eclesiástico antiguo duchŭ (“espíritu”) procede de dūchъ (“aliento”, cf. “respirar” dýchati). Todas estas son etimologías distintas dentro del indoeuropeo, pero ilustran un mapeo metafórico constante: aliento → vida → alma. La propia raíz PIE *ane- “respirar” muestra este mapeo en la diversidad de sus reflejos: por ejemplo, el sánscrito ánila significa “viento” (aliento físico del mundo), mientras que el sánscrito ātman —de otra raíz *ēt-men- (“respirar”)— llegó a significar “alma, yo” en la tradición filosófica upanishádica. Es significativo que ātman significara literalmente “aliento” o “espíritu” y se usara para designar el yo interior o alma en la filosofía védica, paralelando exactamente el cambio que proponemos para *ŋAN.
En los contextos sino-tibetano y de Asia oriental, el aliento y la vida también están vinculados. El concepto chino de 氣 qì (arcaico khiəp, moderno qì) significa “aire, vapor” y, por extensión, “energía vital”. Aunque qì es una raíz distinta, los términos chinos hún 魂 y pò 魄 representaban almas duales —la primera más yang/espiritual, la segunda más corporal— y, significativamente, 招魂 (zhāo-hún “llamar al alma hún”) es un ritual para llamar de vuelta el alma-aliento errante de una persona afligida. El término hún, como vimos, procede del chino antiguo m.qʷən y se alinea con el khwan tai/tailandés, ambos significando una especie de alma de vida que puede abandonar el cuerpo. En la creencia popular tailandesa, el khwan de una persona es una fuerza vital personal que puede “perderse” y debe ser llamada ritualmente de vuelta para asegurar la salud. El hecho de que khwan y hun suenen parecido y compartan significado sugiere un concepto profundamente arraigado, posiblemente heredado (o tomado muy antiguamente) —exactamente lo que predice la hipótesis de *ŋAN. Mientras tanto, muchas lenguas tibeto-birmanas usan palabras para “aliento” o “viento” con el significado de “espíritu”. Por ejemplo, en algunas tradiciones tibetanas el término rlung (viento) se usa para la energía vital, y en birmano la palabra leik-pya (literalmente “viento”) puede significar espíritu o alma en los cuentos populares. Estos paralelos refuerzan que el salto semántico de aire a alma es un patrón recurrente. La palabra proto-*ŋAN, que significaba literalmente aliento, adquiriría de forma natural el sentido de presencia animadora invisible en una persona.
La extensión de “alma/espíritu” a “persona” o “ser humano” también es comprensible. Si *ŋAN significaba el espíritu vital o fuerza de vida en alguien, podría fácilmente llegar a designar, por sinécdoque, a la persona misma, especialmente en culturas donde una persona es esencialmente su espíritu. En inglés vemos vestigios de esto: la palabra “spirit” puede significar un fantasma (persona desencarnada), pero en usos más antiguos también se hablaba de “a spirit” para referirse a una persona viva (“fine spirits we saw at the festival”). En muchas lenguas, la palabra para pueblo o tribu deriva de una palabra para “aliento” o “vida”. Por ejemplo, se ha propuesto que un término nórdico antiguo ándi “aliento, espíritu” (cognado con el islandés andi) podría estar conectado con el etnónimo Æsir (los dioses): aunque esto es especulativo, algunos han vinculado “Asu” (palabra védica para espíritu/fuerza vital) con Aesir, implicando “los espíritus”. Sea o no válida esa conexión concreta, la idea general es que un grupo de personas podría llamarse a sí mismo “los vivos” o “los animados”. De manera notable, el proto-austronesio qaNiCu (anitu) no solo significaba “espíritu de los muertos”, sino que tiene cognados que significan “ancestro” o “anciano”, difuminando la línea entre espíritu y persona. En algunas sociedades oceánicas, anito/hanitu se refería tanto a fantasmas ancestrales como a ancianos venerados. Podemos imaginar que *ŋAN, en el pasado remoto, pudo referirse de forma similar tanto al alma inmaterial como, por extensión, a un ancestro o persona dotada de vida.
El último salto semántico es de “persona” o “yo mismo” a pronombre. ¿Cómo se convierte una palabra para alma/persona en la palabra para “yo”? Existen vías plausibles atestiguadas en la evolución lingüística. Los pronombres suelen originarse en designadores enfáticos del yo (self, persona, sirviente, niño, etc., según la cultura). Por ejemplo, el pronombre de primera persona tailandés ข้า (khâ) significa originalmente “sirviente/esclavo” (usado humildemente para “yo”), mientras que el japonés masculino ore (俺) significaba literalmente “uno mismo” o “el que está de mi lado”. Si *ŋAN era un sustantivo antiguo para “alma/yo”, podría haberse usado en frases para significar “yo mismo” o “esta persona aquí”. A lo largo de decenas de milenios, tal uso podría haberse gramaticalizado en un verdadero pronombre. Hay cierta evidencia de esto en la lingüística comparada. En semítico, el pronombre independiente de primera persona ʔanāku (acadio, proto-semítico) se ha considerado a veces derivado de una base demostrativa o nominal ʔan-. Un desglose especulativo es ʔanā-ku = “este (soy) yo” o quizá “yo mismo + mi (sufijo)”, en línea con la idea anterior de que *an/*ŋan significaba yo/ alma. De forma similar, el pronombre de primera persona del singular dravídico nāṉ (tamil), ñān (malayalam), nānu (canarés) podría contener un elemento na- que significa yo (aunque algunos reconstruyen *yan-/*nan- dravídico por separado). Es llamativo que lenguas de familias completamente distintas tengan pronombres de primera persona con un elemento -n o nasal: por ejemplo, el tibetano nga, el nga dialectal del chino (para “yo”), el birmano nga, el tailandés coloquial chan (quizá de un antiguo ca-ŋan), el dravídico nan/ñan, el egipcio tardío ink/ank (como en el copto anok “yo”, que comienza con an), y otros. Esto no puede ser todo coincidencia; muchos lingüistas lo atribuyen a las opciones limitadas para los patrones sonoros pronominales y a cierto azar (hay patrones estadísticamente comunes como pronombres en m-/n-). Pero la hipótesis de *ŋAN sugiere una causa más profunda: estas diversas formas de primera persona con “n” y “ŋ” podrían remontarse todas a una época ultracrítica en que una palabra como *ŋan/*an significaba “persona/yo”. En términos prácticos, un humano temprano podría haber dicho algo equivalente a “esta alma” para referirse a sí mismo, señalándose el pecho, y esa frase se habría fijado como la palabra para “yo”. De hecho, un investigador ofrece el ejemplo evocador de que ANAKU (proto-semítico “yo”) podría haber significado literalmente “mi alma”, ilustrando cómo una forma poseída de an(u) podría dar lugar a un pronombre. Con el tiempo, a medida que el lenguaje se volvió más abstracto, el significado original “aliento” se olvidó en el uso pronominal, sobreviviendo solo en el vocabulario espiritual.
La Tabla 2 esboza a continuación los principales cambios semánticos asociados con la raíz *ŋAN, con ejemplos:
*Tabla 2. Cambios semánticos desde ŋAN (“aliento, vida”) en varias tradiciones
| Etapa / significado | Descripción | Ejemplos de reflejos |
|---|---|---|
| 1. “Aliento, soplo de aire” | Respiración literal o viento, el acto que señala la vida | PIE ane- “respirar” (sánscrito an- en ániti “él respira”); latín animare “dar aliento/vida a”; griego anemos “viento”; yoruba mí “respirar” (de donde se deriva ẹ̀mí). |
| 2. “Fuerza vital, vitalidad” | El principio animador o energía vital que mantiene con vida | Latín anima “aliento, vida, alma”; sánscrito prāṇa “aliento vital” (no de *an, pero análogo); chino 氣 qì “aliento; energía vital”; yoruba ẹ̀mí “aliento, vida, alma”. Muchas culturas conciben el aliento como la vida misma. |
| 3. “Alma, espíritu (yo invisible)” | La esencia incorpórea de una persona, que a menudo se cree que abandona el cuerpo en el sueño o en la muerte | Irlandés antiguo anim(m) “alma”; latín animus “alma, espíritu”; eslavo eclesiástico antiguo duchu “espíritu” (de “aliento”); chino 魂 hún “alma”; tailandés khwan “espíritu, esencia vital”; tagalo anito “espíritu ancestral”; malayo hantu “fantasma”; mortlockés (Micronesia) ŋéén “fantasma, espíritu”; yoruba ẹ̀mí “alma, espíritu”. También el árabe rūḥ “espíritu” a partir de “viento/aliento” y el hebreo ruach “espíritu, viento”. Todos estos muestran aliento = alma. |
| 4. “Persona, ser humano” | Persona viva considerada como un ser animado; a veces miembro de un grupo o tribu (“el pueblo”) | El proto-austronesio qaNiCu se aplicaba también a ancianos vivos (no solo a fantasmas); el egipcio ankh “vida” se extendió a significar “persona viva” (por ejemplo, ni-ankh “el viviente”); posiblemente el PIE ansu- “espíritu” > avéstico ahu “señor” (forzado). Más concretamente, el chino rén (人, persona) es chino antiguo niŋ, que es una raíz distinta pero curiosamente cercana en forma a *ŋan; el tailandés khon “persona” (proto-tai ŋon, quizá de *ŋan?) y su probable cognado lao kon sugieren una nasal *ŋ anterior. Es verosímil que ŋan ~ ŋon significara “ser humano” en algún sustrato asiático perdido. En inglés, “soul” puede significar un individuo (“50 souls perished”). |
| 5. “Yo, identidad (reflexivo)” | El concepto de uno mismo, a menudo un sentido interno de persona o espíritu | Sánscrito ātman “yo, alma” (a partir de “aliento”); el alemán Atmen “respirar” frente a Atem “aliento, espíritu” dio el filosófico das Selbst; el malayo nyawa “alma, vida” se usa también para “yo” en algunos giros. Hipotetizamos que *ŋAN en el proto-sapiens ocupaba este lugar, refiriéndose a la esencia de una persona (de ahí “yo”). |
| 6. “I” (first person reference) | Gramaticalización del autoconcepto en un pronombre para el hablante. A menudo se desarrolla a partir de palabras que significan “persona” o “este de aquí” o “sirviente”, etc. | Proto-sino-tibetano ŋa “yo” (quizá a partir de un sustantivo “sí mismo”); proto-semítico ʔanāku “yo” (contiene el elemento ʔan-, posiblemente “persona”); dravídico ñān/nāṉ “yo”; egipcio *ink/anok “yo” (que comienza con an-); inglés arcaico “soul” usado reflexivamente (“my soul is vexed” = “I am upset”). El yoruba emi “yo” (pronombre enfático) es literalmente ẹ̀mí “alma” usado con el sentido de “sí mismo”. El yoruba ofrece un caso cristalino: emi significa aliento/espíritu y, por extensión, es la palabra para “yo, yo mismo” en la lengua. Esta es exactamente la cadena de aliento a pronombre en una lengua moderna. |
Como muestran la Tabla 2 y los ejemplos, el recorrido de “aliento” a “yo” es largo pero rastreable. Comenzando como el acto físico de respirar, *ŋAN se convertiría en un término para la energía vital que el aliento transmite. Después, denotaría el alma o espíritu, la entidad invisible que anima. A partir de ahí, podría referirse a la esencia de una persona o a la persona como un todo (especialmente en contraste con un cadáver o en contextos como “tantas almas sobrevivieron al diluvio”). Cuando se usa de manera reflexiva o enfática (“esta alma de aquí mismo”), se convierte en una forma de decir “yo mismo”, que eventualmente se gramaticaliza en un pronombre. Cada paso tiene paralelos translingüísticos sólidos, lo que da credibilidad a la idea de que una sola raíz primordial podría experimentar naturalmente este desplazamiento semántico en distintas líneas de descendencia.
También vale la pena señalar la resonancia mitológica y cultural de esta continuidad. Muchos mitos de creación implican una deidad que imparte vida a los humanos por medio del aliento. En el Génesis bíblico, Dios “sopló en las narices [de Adán] aliento de vida, y el hombre fue un alma viviente” (Génesis 2:7). En el mito sumerio, la diosa Ninlil revive plantas muertas con su aliento. El concepto de vida como aliento es tan fundamental que resultaría asombroso que las primeras lenguas humanas no tuvieran una palabra que los vinculara. Si *ŋAN era esa palabra, su preservación en la diversidad lingüística del mundo – por desvaída que esté – no sería sorprendente. Incluso en culturas separadas por vastos océanos y milenios, encontramos ideas similares: por ejemplo, entre los polinesios existe el concepto de ha, el aliento de vida (encarnado en saludos como “aloha” – compartir el “ha”). En hebreo, néshamah significa aliento y alma; en hático (una antigua lengua anatolia), pšun supuestamente significaba tanto “aliento” como “alma”. Tales paralelos pueden resultar de una evolución paralela, pero preparan un terreno fértil para una semilla proto-mundial.
Correlaciones tipológicas, fonosemánticas y culturales#
Más allá de la evidencia lingüística en bruto, puede movilizarse una variedad de datos tipológicos y culturales en apoyo de la hipótesis *ŋAN:
Patrones globales de pronombres: Desde hace tiempo se ha observado que ciertos sonidos se repiten en los pronombres a nivel mundial más allá del azar. Una tendencia estadística bien conocida es el llamado patrón “mama/tu” o M-T (primera persona m, segunda persona t) en Eurasia, y un patrón N-M (primera persona n/ŋ, segunda persona m) en partes de las Américas. Aunque son estadísticos más que absolutos, sugieren una estabilidad de muy largo plazo en los sonidos pronominales. La recurrencia de n/ŋ para la primera persona en familias distantes podría interpretarse como el rastro de una antigua palabra de primera persona *ŋa/*na. Por ejemplo, las lenguas de las familias penutio y hokano de Norteamérica a menudo tienen n para “yo”, lo que Greenberg y Ruhlen vieron como evidencia de una macrofamilia profunda N-M (“amerindia”). Independientemente de que esas macrofamilias sean válidas o no, el patrón en sí es real e invita a una explicación. La hipótesis *ŋAN ofrece una: quizá los hablantes más tempranos (antes de la dispersión global) usaban una palabra como *ŋan para “yo/me”, y sus ecos permanecieron en muchas líneas hijas salvo cuando fueron reemplazados posteriormente. No todas las familias lo preservan (el indoeuropeo, célebremente, no lo hace en el nominativo “yo”), pero incluso el indoeuropeo lo conservó en las formas oblicuas: el acusativo PIE *(e)mé > “me” (forma en m), pero algunos sostienen que el PIE también tenía una primera persona enfática *ana o *ono que sobrevivió en ciertos enclíticos. Es especulativo, pero resulta llamativo que cuando miramos lenguas no emparentadas – yoruba emi, tamil naan, quechua ñuqa, náhuatl nehuā, ainu ani, sumerio ĝe(en) (posiblemente en “ĝene” yo) – a menudo aparece una vocal o consonante nasal en “yo”. Esto podría deberse simplemente a que [n] es un sonido sencillo que fácilmente se convierte en un marcador deíctico. Pero, fonosemánticamente, las nasales se han vinculado al sí mismo del hablante (quizá por el sonido de los zumbidos, o porque expulsar aire por la nariz es un acto propioceptivo). Analistas comparativos de largo alcance como Bengtson & Ruhlen (1994) incluyeron una etimología global para **“yo” como ʔANA o MI; de manera intrigante, ANA es exactamente nuestra raíz sin la ŋ (puede que pasaran por alto la ŋ). Esta convergencia entre la tipología pronominal y nuestra raíz propuesta es un punto tipológico clave.
Fonosemántica y simbolismo sonoro: La hipótesis *ŋAN gana algo de fuerza con la posibilidad de que ciertos sonidos estén intrínsecamente asociados con ciertos significados a través de las lenguas. ¿Podría una secuencia nasal + vocal abierta asociarse de manera natural con el yo o el alma? Algunos investigadores de la “fonosemántica” sostienen que las nasales pueden transmitir significados internos, dirigidos al yo (por ejemplo, m, n aparecen a menudo en palabras para “madre” o primera persona quizá debido a que la boca está cerrada, una posición hacia adentro). Aunque esto no es una ley rigurosa, es sugerente que m y n sean tan comunes en palabras para mí. Del mismo modo, una vocal como /a/ (una vocal baja central) se usa a menudo en demostrativos que significan “aquí/este” en muchas lenguas, quizá porque es un sonido muy básico y abierto. ŋAN consiste en una nasal [ŋ] (con una cualidad similar a [n]) y una vocal baja [a]; fonéticamente, es una sílaba primigenia plausible que uno podría emitir al darse palmadas en el pecho. No es difícil imaginar a los primeros humanos refiriéndose a sí mismos o a su aliento vital con esta sílaba simple. Además, [ŋ] es un sonido a menudo asociado con la interioridad por ser una nasal posterior; algunas lenguas lo usan casi pragmáticamente (por ejemplo, en algunas lenguas bantú, nga puede ser un prefijo reflexivo). Esto no es una prueba firme, pero proporciona una motivación fonosemántica de por qué *ŋAN pudo haberse “pegado” como palabra para sí mismo/alma.
Arquetipos mitológicos: Culturalmente, si *ŋAN fue en efecto una palabra antigua para alma o espíritu, cabría esperar encontrar ecos de ella en nombres míticos o conceptos religiosos. Consideremos las siguientes correspondencias sugerentes: en muchas mitologías, el nombre del primer humano o del primer espíritu es algo como Anu/Anna/An. La mitología sumeria tiene a “An” (o Anu en acadio) como dios del cielo, no directamente “aliento”, pero como dios de los cielos/aire. ¿Podría el dios An(u) estar nombrado a partir de “cielo” o de “espíritu”? Algunos han especulado que el sumerio an (cielo) podría conectarse con la idea de aliento/viento (el cielo es el dominio de los vientos y los espíritus). En la religión egipcia, el signo ankh (☥) es la llave de la vida; su nombre ankh, ya discutido, es “vida” y quizá lleva un eco de nuestra raíz. Asimismo, los mitos egipcios hablan del “akh”, una de las almas de una persona, la luminosa, posiblemente a partir de una raíz de sonido similar. En las Eddas nórdicas, el don de Odín a los primeros humanos, Ask y Embla, incluía önd (nórdico antiguo “aliento/espíritu”). La palabra nórdica antigua önd (de *and/*andan, “aliento”) es cognada con nuestra raíz *an- vía el protogermánico *andjan (cf. gótico us-anan). Incluso lo vemos en nombres: el nombre Andrew (griego Andreas) proviene de anēr “hombre” (quizá originalmente “respirador”? es la raíz PIE *h₂ner-, distinta, que significa “hombre”, pero es interesante que suene como an-). Y el héroe de la épica persa Jamshid también se llamaba Yima (de Yama), que en avéstico se relaciona con yam “gemelo”, no con nuestra raíz, aunque Yima se asociaba con otorgar longevidad y quizá se le llamaba Jamshed “brillar”, lo cual no es pertinente. Aun así, en todo el mundo, la asociación de nombres que comienzan en An-/On- con espíritu o vida se repite: Ani fue una personificación egipcia de la mente, Anna en cierta mística cristiana se vincula con la gracia (aunque probablemente solo “favor”). Aunque estas notas mitológicas no son prueba, dibujan un panorama en el que algo como ŋan/an flotaba en la conciencia cultural profunda como un símbolo sonoro de vida y espíritu. Si la comunidad proto-sapiens tenía tal palabra, su resonancia podría explicar por qué se preservó incluso mientras las familias lingüísticas divergían.
Conjuntos de términos en macrofamilias: Los lingüistas de comparación profunda suelen buscar constelaciones de significados relacionados al proponer una raíz de macrofamilia. En nuestro caso, si *ŋAN fue “alma/aliento” en proto-mundial, también podríamos esperar formas relacionadas que signifiquen “respirar”, “nariz” (órgano del aliento) o “vivir”. De hecho, algunas hipótesis conectan an- con palabras para nariz (por ejemplo, se ha propuesto un proto-austronesio anu “nariz”, aunque otros reconstruyen *idu). En propuestas dene-caucásicas (que vinculan el euskera, las lenguas caucásicas, sino-tibetanas, etc.), hay raíces como *HVN o *ʔAN para “vivir” o “vivo”. Por ejemplo, el euskera tiene arnasa “aliento” (donde arnas- podría provenir de an), y una palabra animu “alma, valor” (probablemente un préstamo románico de animus, pero interesante de todos modos). En algunas lenguas caucásicas, la palabra para alma es am(w)- o han-. Estas podrían ser coincidencias o préstamos, pero para un “separatista convertido en unificador” forman un patrón. El modelo *ŋAN predice que investigaciones futuras podrían descubrir más de estos reflejos que antes se consideraban no relacionados. Por ejemplo, en la familia nilo-sahariana, la palabra nyàn en dinka significa “espíritu serpiente” (quizá no relacionado, pero *ŋan -> nyan es concebible). En las Américas, las lenguas algonquinas tienen Manitou (el gran espíritu), curiosamente cercano a manitu/anitu (de hecho, los especialistas creen que manitou < manitoo fue una acuñación independiente, pero es un paralelo divertido que manitu en cree signifique espíritu y anitu en tagalo signifique espíritu). Todas estas interconexiones resaltan que aliento = espíritu = yo podría ser un universal lingüístico codificado en sonidos similares a través de lenguas distantes.
En suma, los patrones tipológicos (como los pronombres de primera persona nasales), las asociaciones fonosemánticas (nasal + “a” para el yo) y las metáforas culturales comunes (vida como aliento) se alinean con la trayectoria propuesta de *ŋAN. Ninguno de estos elementos es, por sí solo, una prueba definitiva de un origen único; la innovación independiente es muy plausible. Sin embargo, la fuerza de la hipótesis radica en la convergencia de la evidencia: formas lingüísticas de Eurasia, África, Oceanía y las Américas que apuntan a una raíz nasal-vocálica para alma/yo, además de la metáfora casi universal que da significado a esa raíz. Como dijo un proponente, si tales similitudes se dieran solo en una o dos regiones, podrían ser casuales, “pero si encontramos el mismo grupo de consonantes en decenas de grupos lingüísticos diferentes, para el mismo significado, hablar de azar es como hablar de un meteorito que cae del cielo y se reconfigura en un anillo de oro durante ese vuelo, repetidamente.” En otras palabras, la recurrencia global de palabras tipo *ŋAN para espíritu/persona podría indicar un ancestro común más que un paralelismo casual.
Metodología de comparación profunda y la cuestión de la regularidad#
Proponer una raíz “proto-sapiens” exige salir muy lejos de la zona de confort de la lingüística histórica tradicional. El método comparativo, aplicado con rigor, puede reconstruir con confianza protolenguas hasta quizá ~6,000–10,000 años atrás (por ejemplo, protoindoeuropeo, protoafroasiático), pero el proto-mundial se situaría en el orden de 50,000–100,000 años atrás, la época de las primeras comunidades lingüísticas de Homo sapiens. En lapsos tan vastos, las correspondencias sonoras regulares se vuelven extremadamente difíciles de rastrear. Una crítica mayor a cualquier etimología global (incluida *ŋAN) es la falta de leyes sonoras regulares establecidas que vinculen las lenguas en cuestión. En efecto, los lingüistas de la corriente principal sostienen que sin correspondencias sonoras sistemáticas, los parecidos de palabras significan poco: las lenguas humanas tienen relativamente pocas formas fonéticas básicas, de modo que se espera cierto solapamiento por azar. La hipótesis *ŋAN debe enfrentar esto de frente:
Convergencia vs. cognado: ¿Podría ser que muchas lenguas eligieran de manera independiente un sonido similar para “alma” simplemente por la conexión natural entre sonidos nasales y el zumbido (respirar) o por onomatopeya (quizá imitando el zumbido del aliento)? Es posible. Sabemos que la onomatopeya y el sonido simbólico pueden conducir a palabras similares (por ejemplo, mama para madre a nivel global). Sin embargo, respirar es un sonido más bien silencioso; una exhalación suave no es tan onomatopéyica como, digamos, cough o achoo. Si acaso, un jadeo huh podría imitarse, pero ŋan no es una onomatopeya obvia. La amplitud de la distribución de términos tipo *ŋAN y la vinculación específica de significado (aliento/espíritu) hacen que la pura convergencia sea menos probable que en el caso de, por ejemplo, mama/papa. Como réplica al argumento de la convergencia, Ruhlen y colegas señalan que, si bien una o dos similitudes podrían ser coincidencia, ver la misma raíz en docenas de lenguas de todos los continentes para el mismo concepto tensiona mucho la hipótesis del azar. Estadísticamente, las probabilidades de convergencia aleatoria disminuyen exponencialmente a medida que se añaden más grupos a la comparación (siempre que las comparaciones sean independientes). Nuestra tabla incluye indoeuropeo, afroasiático, sino-tibetano, austronesio, níger-congo (yoruba), y posiblemente otros, todos mostrando *an ~ ŋan para espíritu/yo. La probabilidad de que todos estos se alineen por azar (con alineación de significado) es, en principio, pequeña. Aun así, los críticos replican que, dado el número de lenguas y los fonemas limitados, algunos solapamientos ocurrirán globalmente, y que nosotros, como buscadores de patrones, podríamos estar seleccionando aquellos que encajan en nuestra narrativa. Esta es una advertencia válida. Debemos asegurarnos de no estar simplemente seleccionando datos que apoyan *ŋAN e ignorando contraejemplos (por ejemplo, muchas lenguas tienen palabras totalmente distintas para alma o yo que no guardan semejanza alguna).
Falta de correspondencias sonoras regulares: Otra crítica es que, incluso si las palabras tipo *ŋAN están muy difundidas, los sonidos no coinciden mediante leyes regulares. Indoeuropeo anima vs. sino-tibetano ŋa vs. austronesio anitu vs. semítico anā — sí, todos tienen *an o *na, pero para un escéptico esto es demasiado laxo. En relaciones genéticas reales, esperamos correspondencias sistemáticas (por ejemplo, las propuestas nostráticas intentan alinear PIE *n = afroasiático *n = dravídico *ṇ, etc., de manera reglada). Nuestra hipótesis abarca un tiempo tal que muchas etapas intermedias se han perdido; saltamos del proto-sapiens a las lenguas modernas sin intermedios reconstruidos (salvo los protofamiliares conocidos). Esto es, sin duda, un punto débil si uno exige pruebas clásicas. La hipótesis *ŋAN no puede (por ahora) demostrar una cadena ordenada de cambios desde hace 100,000 años hasta hoy. En su lugar, se apoya en la comparación masiva de muchas lenguas en busca de un emparejamiento forma-significado similar, un enfoque inaugurado por Joseph Greenberg. La comparación multilateral de Greenberg prescinde inicialmente de leyes sonoras rigurosas, buscando primero patrones globales y solo después intentando discernir patrones de correspondencia. Críticos como Lyle Campbell y Donald Ringe han argumentado que, sin una regularidad estricta, uno puede agrupar por error lenguas no relacionadas mediante similitudes accidentales: la famosa “coincidencia de la pizza” (el hecho de que pizza signifique “pastel” en italiano y piirakka signifique “pastel” en finés es coincidencia, no evidencia de relación). ¿Podría *ŋAN ser una coincidencia tipo pizza a gran escala? En aras del equilibrio, reconocemos que muchos lingüistas de la corriente principal siguen sin convencerse de las etimologías proto-mundiales precisamente porque carecen de leyes sonoras estrechamente trabadas. Por ejemplo, la p indoeuropea podría corresponder sistemáticamente a la f semítica en un marco nostrático, pero ¿cuál es la relación sistemática de IE *n- con el chino *h- (como en anima vs hun)? A primera vista, ninguna; pero eso se debe a que estas familias han divergido tanto tiempo que se han perdido las etapas intermedias (y, por tanto, los desplazamientos regulares intermedios). Los proponentes sostienen que, si tuviéramos todas las protolenguas intermedias, podríamos explicar paso a paso los cambios (de hecho, uno puede imaginar que el proto-oriental asiático tenía *ŋ- para alma, que el chino convirtió en *h-; que el proto-nostrático tenía *ħan para aliento, que se volvió *an en IE, *ʔan en afroasiático, etc.). Pero esas reconstrucciones son hipotéticas. Así, esta hipótesis opera inevitablemente en un nivel donde el criterio del cambio sonoro regular se relaja. Esto es controvertido, pero no del todo carente de método: los investigadores intentan agrupar lenguas en familias de orden superior (por ejemplo, nostrático, dené–caucásico, áustrico) y aplicar primero el método comparativo dentro de esas macrofamilias. Si *ŋAN puede demostrarse en varias de estas macrofamilias, eso refuerza la idea de que es anterior a ellas. Por ejemplo, *an está en indoeuropeo y afroasiático (¿nostrático?), y *ŋa en sino-tibetano y na-dené (¿dené–caucásico?), y *an en austronesio y austroasiático (¿áustrico?); si cada macrofamilia produce un conjunto de cognados, entonces por transitividad *ŋAN podría haber estado en el proto-mundial. Los críticos responden que esas macrofamilias mismas no están probadas, de modo que hay algo de razonamiento circular.
Profundidad temporal y erosión: Incluso con la mejor disposición, reconstruir una sola palabra a lo largo de ~300 generaciones de lenguas (suponiendo ~1,000 años por generación de cambio lingüístico) es increíblemente ambicioso. Los cambios sonoros, los desplazamientos semánticos, los préstamos y los reemplazos habrían enturbiado el panorama. Muchos lingüistas creen que la reconstrucción segura probablemente no puede ir más allá de ~10,000 años, porque eventualmente todos los patrones fonológicos se desordenan. Sin embargo, existe una postura opuesta según la cual ciertas palabras o raíces ultraconservadas podrían sobrevivir mucho más tiempo. Por ejemplo, algunos han afirmado que palabras como tik para “dedo/uno” o akwa para “agua” aparecen globalmente en muchas familias (Ruhlen incluso enumeró 27 etimologías globales). Si esas afirmaciones tienen algo de fundamento, *ŋAN “aliento” podría ser otra palabra ultraconservada, quizá una aún más esencial para los primeros humanos que “agua” o “piedra”, porque identificar a los seres vivos (respiradores) y conceptualizar la vida interior pudo haber sido fundamental. También es posible que *ŋAN haya sobrevivido no de manera continua en cada linaje, sino que haya sido recreada o preservada mediante contacto. Por ejemplo, si un grupo antiguo tenía *ŋAN y otro tenía una palabra distinta para alma, pero mediante intercambio cultural (matrimonios mixtos, intercambio ritual) un término se volvió generalizado, eso podría explicar cómo el término cruzó fronteras familiares. La idea de un antiguo Wanderwort (palabra errante) que se difundió con los humanos modernos tempranos no es descabellada; considérese que boom (para el sonido) es similar en muchas lenguas, o que algunos nombres tempranos de herramientas pudieron difundirse. Si *ŋAN formaba parte de un vocabulario espiritual o religioso temprano, las tribus migrantes podrían haberlo tomado prestado unas de otras, sembrándolo así en muchos linajes. Esto complica el cuadro genético (no sería una herencia lineal, pero seguiría siendo una palabra extremadamente antigua en el uso humano).
Contraejemplos y evidencia negativa: Para poner a prueba la hipótesis de verdad, habría que examinar lenguas donde no se cumple. ¿Hay grandes familias donde las palabras para aliento/espíritu/yo tengan formas completamente no relacionadas? Sí, muchas: por ejemplo, la palabra túrquica para alma es tın (el túrquico antiguo tın “aliento, alma” dio el turco moderno can, curiosamente pronunciado jan en túrquico, ¡lo cual sí encaja con nuestro patrón!). El japonés tiene tamashii (alma) y watashi (yo), nada parecido a *an. La palabra dravídica para “alma” no es claramente *an (el tamil usa uyir “vida” para alma, no relacionado). Las lenguas bantú usan -moyi o -pɛpɛ para aliento (por ejemplo, lingala mɔ́í “alma”, suajili roho del árabe), no *an, aunque curiosamente algunas tienen mu-ntu “persona”, donde -ntu podría provenir de una raíz *-tu (no *an). Podría ser que *ŋAN se haya perdido o reemplazado en muchos lugares, lo cual es de esperar en lapsos tan largos. Pero si, por ejemplo, el austronesio tuviera una palabra independiente para alma (como *qaQaR o algo así) sin *n, eso debilitaría la afirmación. En austronesio sí tenemos otros términos para alma como kalag (visayo kalag “alma”), etc., de modo que qanitu era solo uno de varios términos. El panorama global es desordenado, por lo que uno podría argumentar que nos centramos en los casos que encajan e ignoramos los que no. Un enfoque riguroso requeriría una prueba estadística: ¿las palabras que significan “aliento/vida/alma/yo” tienen sonidos tipo N-A-N con mayor frecuencia de la que cabría esperar por azar en las lenguas del mundo? Si la respuesta es sí, eso podría indicar una causa genética o funcional. Si no, quizá estemos viendo patrones en el ruido.
Reconocemos estos desafíos y críticas no para socavar la hipótesis, sino para dejar claro que es altamente ambiciosa y aún no ampliamente aceptada por los lingüistas. La hipótesis de un proto-mundial sigue fuera de la corriente principal, y muchos especialistas dudan de que alguna vez tengamos suficiente evidencia para probar un origen único para todas las lenguas. La raíz *ŋAN se propone dentro de este proyecto especulativo. Como tal, los argumentos a su favor son acumulativos e interdisciplinarios más que estrictamente lingüísticos. Nos apoyamos en universales culturales y tipologías amplias de una manera que los lingüistas históricos clásicos consideran poco persuasiva. Por ejemplo, señalar que aliento = vida en muchas culturas es interesante, pero no prueba que esas palabras compartan un ancestro; podría ser solo una metáfora paralela. Debemos ser cuidadosos, por tanto, al afirmar demasiado. La hipótesis *ŋAN debe verse como un modelo o narrativa que organiza un conjunto de hechos lingüísticos transculturales de manera coherente, que podría indicar un origen común, pero que sin duda necesita más investigación y evidencia (especialmente reconstrucciones intermedias y consideración de explicaciones alternativas).
Críticas y un modelo más sólido#
Resumamos las críticas clave y nuestras respuestas, para trazar un panorama equilibrado pero favorable del modelo *ŋAN:
- Crítica 1: “Semejanza casual en una sílaba pequeña.” Los detractores señalan que *ŋAN es una sílaba CVC con sonidos muy comunes. Casi todas las lenguas tienen una /n/ o /ŋ/ y una vocal /a/. Con miles de conceptos y fonemas limitados, es inevitable que algunas palabras no relacionadas coincidan. Respuesta: Admitimos que an ~ na podría surgir fácilmente de manera independiente. Sin embargo, la especificidad del significado en nuestra muestra es notable. No estamos comparando palabras arbitrarias como “pez” y “estrella”; buscamos de manera consistente palabras para aliento vital, alma o yo. Si fuera aleatorio, no esperaríamos una agrupación semántica particular de formas similares en distintas familias. El hecho de que “aliento/vida” y “alma/persona” tengan con tanta frecuencia una base nasal + vocal inclina las probabilidades en contra de la pura coincidencia (especialmente dado que hay múltiples ejemplos independientes en cada continente). Además, algunas de las formas (con ŋ, o con grupos específicos como *nt o *nd en derivados) son menos triviales fonéticamente que un simple “na”. El proto-malayo-polinesio *qanitu tiene una forma específica, al igual que el proto-sino-tibetano *ŋa. La alineación de estas no puede explicarse del todo por azar. Así, aunque no se puede descartar la casualidad, parece insuficiente como explicación del conjunto completo de datos.
Crítica 2: “No hay leyes fonéticas regulares, solo comparaciones sueltas: ¡pseudociencia!” Los tradicionalistas sostienen que la comparación masiva sin leyes fonéticas no es rigurosa; uno puede “encontrar” evidencia para cualquier raíz hipotética seleccionando datos a conveniencia. De hecho, los intentos anteriores de “etimología global” fueron criticados precisamente por esa razón. Respuesta: Reconocemos que nuestra evidencia no es de la misma naturaleza que, por ejemplo, la correspondencia de latín p con griego ph con sánscrito p en el PIE *p-… Es una escala distinta de comparación. Sin embargo, hemos intentado incorporar conocimientos sobre cambio fonético regular cuando están disponibles. Por ejemplo, señalamos que el proto-tai *xwən y el chino antiguo *qʷən se alinean bien, encajando con patrones conocidos de contacto chino-tai o ascendencia común. También señalamos que dentro del sino-tibetano, *ŋa → *a o *ka es un patrón documentado. Dentro del indoeuropeo, se conoce *h₂enh₁ -> *an y a veces *ne (quizá en negación o pronombres). Así que si dividimos el problema en bloques más pequeños de macrofamilias, podemos aplicar el método comparativo a cada uno: por ejemplo, reconstruir *ŋVn en proto-kra-dai y *ŋʷən en chino antiguo y ver si podrían proceder de un ancestro común de hace unos 4000 años; algunos especialistas como Laurent Sagart han propuesto efectivamente una conexión austro-tai en la que palabras como *khwan (tai) y *hun (chino) comparten un origen común. Ese es un escenario de ley fonética regular (chino *m-qʷən vs tai *xwən). De manera similar, en los estudios nostráticos se ha comparado un *an- para “respirar”: Illich-Svitych reconstruyó el nostrático *ʔănćV (“aliento/espíritu”), que daría afroasiático *nafš- (como en hebreo nefesh “alma, aliento”) e IE *ans- (putativo, aunque el IE en realidad tiene *ane-). Así, sí intentamos trabajar dentro de correspondencias más pequeñas y luego agregarlas. Es solo que la agregación última (proto-mundial) está más allá del alcance normal, por lo que tenemos que basarnos en patrones. También enfatizamos que la regularidad podría seguir ahí pero a un nivel más profundo: quizá *ŋAN tenía variantes como *ʔAN o *HAN que condujeron a resultados diferentes. Si encontráramos reglas consistentes (por ejemplo, una ŋ inicial en proto-mundial se convirtió en oclusiva glotal en afroasiático, *h en sino-tibetano, cero en indoeuropeo), eso fortalecería el caso. Actualmente, esas correspondencias son hipotéticas pero no inverosímiles: por ejemplo, la oclusiva glotal y *h son los reflejos de las laringales proto-afroasiáticas en muchas lenguas hijas (el egipcio Ꜥnḫ comienza con Ꜥ, que podría corresponder a una oclusiva glotal proto-afroasiática si *ʔan(a)ḫ significaba “vivir”). Y el PIE *h₂ (una laringal) podría reflejar en sí mismo una ŋ o ʕ más antigua. Algunos nostraticistas audaces han sugerido que el PIE *h₂en “respirar” proviene del afroasiático *ʕan (con una faríngea), lo que constituiría así un posible vínculo regular de *ŋ/ʕ proto-mundial con estos. Esto es especulativo, pero no descabellado. En resumen, aunque carecemos de una matriz de leyes fonéticas completamente elaborada, no estamos ignorando por completo la regularidad; más bien vemos protofonemas alineándose de manera sugerente (por ejemplo, una nasal o laringal al inicio, una vocal /a/) a través de linajes, lo cual es el primer paso hacia una correspondencia sistemática.
Crítica 3: “La profundidad temporal es demasiado grande: el lenguaje no permite reconstrucciones tan antiguas.” Muchos lingüistas, quizá la mayoría, creen que después de unos 8000–10 000 años, la evidencia léxica está demasiado erosionada para ser fiable en la reconstrucción. Después de 100 000 años, se argumenta, esencialmente todo el vocabulario habría sido reemplazado o transformado más allá del reconocimiento. Respuesta: Esta postura conservadora ha sido cuestionada por algunos estudios recientes que sugieren un pequeño núcleo de palabras ultraconservadas. Por ejemplo, la investigación de Pagel et al. (2013) encontró un conjunto de palabras (incluidos pronombres, numerales, términos de parentesco) que cambian más lentamente que otras, potencialmente retenidas a través de familias más allá de los 10 mil años. Los pronombres en particular se sabe que son resistentes al cambio (por ejemplo, el inglés “I” proviene directamente del PIE *eg(h)om, sobreviviendo ~6000+ años). No es impensable que “I” o “soul” pudieran durar 20 000 años en algunos linajes. Si múltiples de esos linajes se encuentran más tarde (por ejemplo, a través de la salida de África), podrían compartir retenciones antiguas. También consideramos que los humanos de hace 100 000 años tenían capacidades cognitivas plenamente modernas y probablemente necesidades básicas similares en el lenguaje: palabras para la familia, partes del cuerpo, entorno natural y conceptos existenciales como vida y muerte. Si alguna palabra se preservó, podrían ser esas. La palabra para fuego o agua podría innovarse con frecuencia, pero quizá la palabra para aliento —al ser menos objeto de tabú o reemplazo— persistió. Admitidamente, 100 000 años es un lapso muy largo. Pero como analogía, algunos genes o mitos se remontan a tanto tiempo; ¿por qué no una palabra? El argumento de la Hokule’a (la navegación por estrellas a través del Pacífico) muestra que incluso las culturas orales pueden preservar conocimientos sorprendentemente antiguos (los polinesios transmitieron historias orales a lo largo de 50 generaciones). El lenguaje, al ser dinámico, no preservará todo, pero ciertos morfemas raíz (especialmente los cortos que pueden reanexarse a nueva gramática) podrían sobrevivir. *ŋAN podría haber persistido en el habla infantil, cantos rituales o nombres de deidades, incluso si el lenguaje cotidiano cambiaba a su alrededor. En esencia, tratamos la profundidad temporal extrema no como una barrera sino como un desafío que requiere evidencia interdisciplinaria (de ahí nuestro uso de datos culturales y míticos). Es una hipótesis que estira los límites convencionales —lo admitimos plenamente— pero está formulada de manera que al menos es consistente con la continuidad cultural humana (por ejemplo, el concepto de alma es, cabe argumentar, tan antiguo como la humanidad, por lo que una palabra para ello podría serlo también).
Al abordar estas críticas, refinamos la hipótesis *ŋAN en un modelo más sólido: uno que no es meramente “mira, estas palabras suenan parecido”, sino uno que integra el cambio regular en niveles intermedios, explica por qué esta raíz en particular sería conservada (debido a su significado fundamental y posiblemente al simbolismo sonoro), y permanece abierto a modificaciones a medida que surjan nuevos datos. Estamos proponiendo efectivamente *ŋAN como una reconstrucción de trabajo para un núcleo semántico más que como un hecho final probado. El modelo predice que futuras investigaciones en lingüística histórica, antropología genética y ciencia cognitiva podrían descubrir evidencia de apoyo —o podrían refutarlo encontrando contraejemplos que no puedan explicarse. Cualquiera de los dos resultados profundizará nuestra comprensión de cómo el lenguaje codifica las experiencias humanas más básicas.
Conclusión: El aliento de vida como fósil lingüístico#
Hemos viajado desde una sola sílaba en un pasado hipotético profundo —*ŋAN— hasta una vasta red de palabras e ideas en el presente. La hipótesis central es que *ŋAN no era solo una palabra, sino una idea codificada en una palabra: la idea de que el aliento es vida, la vida es espíritu y el espíritu es la esencia de la personalidad. Mediante transformaciones fonológicas regulares (nasales que se vuelven oclusivas o desaparecen, vocales que cambian, etc.) y mediante extensiones naturales del significado (metáfora y metonimia de “aliento” a “alma” a “yo”), este signo primordial ha dejado, cabe argumentar, huellas discernibles en lenguas de todo el mundo. Identificamos probables reflejos de *ŋAN en indoeuropeo (*an- en anima, anil-, etc.), en sino-tibetano (ŋa “yo”, chino hun), en austronesio (qanitu > anitu/hantu), en afroasiático (quizá el egipcio ankh, el semítico anā “yo”), en níger-congo (yoruba emi), y más allá. Construimos tablas de cambios fonéticos y desplazamientos semánticos que, aunque necesariamente simplificadas, ilustran una vía plausible para cada paso. También discutimos las controversias metodológicas, reconociendo que no todos los lingüistas aceptarán estas conexiones como probadas.
Crucialmente, intentamos mostrar por qué esta raíz en particular sería tan especial como para perdurar: se sitúa en el corazón de la autoconciencia humana (respirar es el primer y último signo de vida; saberse un ser que respira pudo haber sido clave en la aparición de la conciencia). Es poético pensar que cada vez que decimos “yo soy” podríamos estar repitiendo inconscientemente los alientos de nuestros ancestros lejanos que primero hablaron de su esencia interior. La hipótesis *ŋAN, por especulativa que sea, ofrece una narrativa sugerente: que una sola sílaba pronunciada en la oscuridad paleolítica, quizá cuando un hombre exhaló en una noche fría y se dio cuenta de que la niebla invisible que salía de su boca era “él”, ha seguido resonando en nuestras lenguas hasta hoy. Codifica la continuidad entre el acto corporal de respirar y el sentido intangible del yo, una continuidad que los primeros mitógrafos y chamanes de todo el mundo comprendieron y transmitieron.
Al presentar esta hipótesis, trazamos una versión “fuerte” del modelo, una que presupone una relación genética real (origen común). Incluso si esa versión fuerte sigue sin probarse, el ejercicio es fructífero. Destaca patrones en las lenguas del mundo que cualquier teoría sobre el origen del lenguaje debe explicar: ¿Por qué tantas lenguas vinculan aliento y alma? ¿Por qué tantos pronombres de primera persona comienzan con nasales? ¿Por qué palabras como anima, anito, ani (yo), nga (yo), hún, khwan, jan se agrupan en torno a un pequeño conjunto de sonidos? Una visión uniformitarista (desarrollo independiente bajo experiencias humanas similares) puede responder parte de eso. Una visión monogenética (origen único) puede responder otra parte. La realidad podría ser una mezcla: quizá existió una palabra ancestral *ŋAN y algunas lenguas la conservaron, mientras que otras la reinventaron más tarde porque el concepto exigía ese sonido. Nuestra hipótesis es un intento de fusionar esas visiones, sugiriendo que el concepto era tan relevante que la etiqueta original se aferró tenazmente y, aun cuando se perdió, las nuevas lenguas tendieron a reinventar una palabra de sonido similar por analogía.
La prueba definitiva de la hipótesis *ŋAN estará en la investigación futura: a medida que más ADN antiguo aporte pistas sobre migraciones, y a medida que se reconstruyan y comparen más protolenguas, ¿se mantendrá el patrón y será explicable mediante formas intermedias? Imaginamos, por ejemplo, descubrir que el proto-nostrático tenía *ʔăn(V) para “alma/aliento”, el proto-aústrico tenía *qanay, y que ambos procedían de un común *ŋan. O descubrir inscripciones antiguas o préstamos que vinculen dos instancias muy alejadas entre sí (imaginemos un escenario en el que se encuentre preservado un canto ceremonial neolítico que use una palabra como *ngan para espíritu, apareciendo tanto en Asia como en África). Son sueños, pero no imposibles.
Incluso como marco especulativo, la hipótesis *Proto-Sapiens *ŋAN cumple una función importante: nos recuerda que detrás de la cacofonía de las lenguas del mundo pueden yacer ecos tenues de una época en la que nuestros ancestros compartían no solo genes y herramientas, sino palabras: palabras para los elementos más profundos de su existencia. “Aliento, espíritu, vida, yo”: estos estuvieron seguramente entre las primeras preocupaciones de los humanos pensantes. Resulta satisfactorio pensar que un solo gesto vocal, *ŋAN, pudo haber encapsulado todas esas nociones y sobrevivido bajo diversas formas para ser pronunciado hoy. Cuando una persona que habla cantonés dice ngo (我) para “yo”, y una persona yoruba dice emi (ẹmi) para “yo” o “espíritu”, y una madre tailandesa arrulla a su bebé hablando de su khwan, y un viejo cuento popular ruso habla del alma zhivat’ (viviente), quizá sin saberlo todos están iterando fragmentos de una ur-palabra que una vez significó “el aliento vivo interior.”
En conclusión, aunque la hipótesis proto-sapiens *ŋAN sigue sin probarse, es un modelo sugerente que vincula evidencia de la lingüística histórica, la semántica y la antropología en una historia coherente: que *ŋAN fue una palabra antigua para el aliento de vida y que, mediante cambio fonético regular (ŋ > g/k/h/∅) y ampliación semántica (aliento → alma → persona → pronombre), su legado puede verse en una constelación global de palabras para espíritu y yo. Es una hipótesis grandiosa y aventurada, que invita tanto al entusiasmo como al escepticismo saludable. Como hemos mostrado, hay patrones y paralelos sólidos que la apoyan, aun cuando existan críticas lógicas que deben abordarse. Al seguir refinando las correspondencias fonológicas y buscar más palabras “fósiles” en lenguas poco documentadas, podemos poner a prueba más a fondo esta hipótesis. Y, independientemente del veredicto final, explorar *ŋAN profundiza nuestra apreciación de cuán íntimamente lenguaje, pensamiento y cultura están entretejidos: desde la primera respiración que tomamos hasta la primera palabra que pronunciamos y, quizá, hasta la primera palabra que nuestra especie habló colectivamente.
Fuentes: La evidencia y los ejemplos se han extraído de un amplio panorama de investigaciones lingüísticas, incluidas fuentes etimológicas indoeuropeas, reconstrucciones sino-tibetanas, datos comparativos austronesios y estudios etnolingüísticos de conceptos de alma. Estos ilustran tanto los reflejos extendidos de la raíz propuesta como los conceptos culturales asociados a ellos. También se han señalado las perspectivas críticas sobre la reconstrucción profunda y la convergencia fortuita, garantizando que el argumento permanezca equilibrado y fundamentado en principios lingüísticos conocidos. La hipótesis sigue siendo un trabajo en curso, una invitación a seguir indagando más que una prueba concluida, pero que se sostiene sobre una base de fascinantes coincidencias lingüísticas que bien podrían ser algo más que coincidencias.
FAQ#
*P1. ¿Qué es la hipótesis ŋAN?
R. Es una teoría lingüística especulativa que propone que una antigua palabra proto-sapiens, *ŋAN, significaba “aliento” o “alma” y es la antecesora de palabras de sonido similar para espíritu y yo en familias lingüísticas de todo el mundo.
P2. ¿Cómo podría una palabra sobrevivir más de 15 000 años?
R. La hipótesis sugiere que ciertas palabras “ultraconservadas”, especialmente aquellas para conceptos fundamentales como “alma” o “yo”, pueden resistir el reemplazo y sobrevivir a través de milenios de cambio lingüístico.
P3. ¿Cuál es la principal evidencia de esta teoría?
R. La evidencia es una “constelación” de palabras de sonido similar en familias lingüísticas no relacionadas (por ejemplo, PIE *an-, sino-tibetano *ŋa, austronesio *qanitu), todas relacionadas con aliento, espíritu o yo, lo que sugiere un origen compartido más que una coincidencia.
P4. ¿Por qué esta hipótesis no es aceptada por la lingüística dominante?
R. La lingüística histórica dominante se basa en correspondencias fonéticas regulares, que son extremadamente difíciles de establecer a profundidades temporales tan vastas. La teoría se considera altamente especulativa y fuera de los límites del método comparativo tradicional.
Fuentes#
- Ruhlen, Merritt (1994). On the Origin of Languages: Studies in Linguistic Taxonomy. Stanford University Press.
- Bengtson, John D. & Ruhlen, Merritt (1994). “Global Etymologies.” In On the Origin of Languages.
- Pagel, Mark, et al. (2013). “Ultraconserved words point to deep language ancestry across Eurasia.” PNAS 110(21): 8471-8476.
- Watkins, Calvert (2000). The American Heritage Dictionary of Indo-European Roots. Houghton Mifflin.
- Baxter, William H. & Sagart, Laurent (2014). Old Chinese: A New Reconstruction. Oxford University Press.
- Blust, Robert & Trussel, Stephen (2010). Austronesian Comparative Dictionary. Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology.
- Campbell, Lyle (2013). Historical Linguistics: An Introduction. MIT Press. [For a critique of deep reconstruction]
- Dixon, R.M.W. (1997). The Rise and Fall of Languages. Cambridge University Press. [For discussion on time depth limitations]