TL;DR

  • Panorama de los principales modelos sobre el poblamiento de las Américas, desde los cruces terrestres por Beringia hasta las rutas costeras.
  • Evidencia de interacciones bien documentadas, incluyendo la presencia nórdica en Terranova y los vínculos polinesios con Sudamérica.
  • Esbozo de contactos adicionales propuestos (chinos, africanos, solutrenses y otros) y la evidencia en discusión para cada uno.
  • El panorama completo sigue abierto, y futuros descubrimientos podrían arrojar nueva luz sobre las muchas posibilidades intrigantes.

“One does not discover new lands without consenting to lose sight of the shore for a very long time.” — André Gide


Introduction

Early Human Migrations to the Americas (Mainstream Theories and Alternatives)#

El modelo ampliamente aceptado sostiene que los ancestros de los pueblos nativos de América migraron desde el noreste de Asia hacia las Américas durante la última Edad de Hielo, principalmente a través del puente terrestre de Beringia que existió entre Siberia y Alaska. La evidencia genética respalda abrumadoramente esto, mostrando que los nativos americanos están más estrechamente emparentados con poblaciones siberianas y de Asia oriental. Los sitios arqueológicos sugieren que la gente había llegado a Alaska y luego se había dispersado al sur de las capas de hielo hacia alrededor de 15,000–14,000 años atrás, si no es que antes. Por ejemplo, el sitio de Monte Verde en Chile está fechado en ~14,500 años atrás, lo que socava la antigua idea de “Clovis primero” según la cual los humanos habrían llegado solo ~13,000 años atrás. Los modelos actuales proponen una migración inicial a lo largo de la costa del Pacífico por parte de navegantes o viajeros costeros, quizá contemporánea o incluso anterior a una migración interior a través de un corredor libre de hielo. Este modelo de migración costera está respaldado por hallazgos como huellas humanas tempranas en Nuevo México y posibles herramientas pre-Clovis en México y Brasil (aunque algunas de estas siguen siendo controvertidas). La investigación dominante pinta así un panorama de cazadores-recolectores paleo-siberianos que poblaron gradualmente el Nuevo Mundo a través de Beringia.

Existen escenarios alternativos para el poblamiento de las Américas en los márgenes de la academia y más allá. El tratamiento más detallado de estas teorías puede encontrarse en nuestro recuento exhaustivo de afirmaciones de contacto transoceánico y en nuestro artículo relacionado sobre el contacto transoceánico precolombino.

Una hipótesis destacada es la hipótesis solutrense, que sugiere que personas de la Europa de la Edad de Hielo podrían haber estado entre los primeros americanos. Sus defensores señalan similitudes percibidas entre las distintivas puntas de lanza de sílex de la cultura solutrense europea (~20,000–15,000 a. C.) y las de la cultura Clovis en Norteamérica (~13,000 a. C.). Argumentan que navegantes solutrenses podrían haber viajado a lo largo del borde del casquete de hielo del Atlántico hasta el este de Norteamérica durante el Último Máximo Glacial.

Sin embargo, esta idea tiene poco apoyo en la comunidad científica. Los críticos señalan que las brechas cronológicas y estilísticas entre las herramientas solutrenses y Clovis son significativas, y que los datos genéticos no muestran evidencia clara de linaje europeo en los primeros nativos americanos. Los análisis recientes de ADN antiguo de los primeros americanos han mostrado de manera consistente afinidades con Asia, no con Europa.

Otra teoría marginal persistente postula que algunos de los primeros americanos llegaron vía el Pacífico desde Oceanía o Australasia. De forma intrigante, se ha identificado una pequeña señal genética apodada “Población Y” (por Ypykuéra, que significa “ancestro” en tupí) en ciertos grupos indígenas amazónicos. Se trata de un componente muy menor (1–2%) en sus genomas, relacionado con poblaciones australasianas/melanesias actuales. Su presencia llevó a algunos investigadores a sugerir una migración transpacífica en la prehistoria.

Sin embargo, los académicos de la corriente principal tienden a explicar la Población Y como parte de la diversidad genética dentro de la población migrante original de Beringia. En otras palabras, algunos asiáticos orientales que cruzaron Beringia podrían ya haber tenido una ligera afinidad australasiana (como se observa en un individuo de Tianyuan de hace 40,000 años en China que portaba una firma similar). Esto significaría que no se requiere un viaje oceánico separado para explicar la genética. De hecho, la visión predominante es que esta señal refleja ya sea una estructura poblacional siberiana antigua o un flujo génico muy temprano dentro de Asia antes de la migración por Beringia.

Algunas voces altamente controvertidas han empujado la cronología de la ocupación americana hacia atrás por órdenes de magnitud. Por ejemplo, la arqueóloga brasileña Niede Guidon argumentó que los humanos podrían haber llegado hace 100,000 años en barco desde África. Su afirmación se basa en artefactos controvertidos en Pedra Furada, Brasil. Esto choca con la evidencia genética y fósil de que Homo sapiens se expandió fuera de África ~70,000 años atrás y alcanzó el sudeste asiático lejano hacia 50,000 años atrás, lo que hace extraordinariamente inverosímil un viaje transatlántico hace 100,000 años antes del presente. Los investigadores de la corriente principal señalan la ausencia de evidencia genética que respalde una migración tan fantásticamente temprana. De manera similar, un informe de 2017 sobre aparentes marcas de carnicería en un mastodonte de 130,000 años en California (el sitio del Mastodonte de Cerutti) planteó la posibilidad de un homínino desconocido aún más temprano en las Américas, pero los escépticos consideran más probables explicaciones no humanas (como procesos naturales) para esas marcas.

En resumen, el consenso es que los asiáticos paleolíticos fueron los primeros americanos, con posibles migraciones costeras y múltiples oleadas. No obstante, teorías alternativas —solutrenses europeos, navegantes australasianos, incluso africanos paleolíticos transoceánicos— ponen de relieve la fascinación perdurable por cómo se poblaron inicialmente las Américas. Estas ideas marginales siguen sin probarse o han sido refutadas por la evidencia actual, pero forman parte del debate más amplio que exploraremos.


Confirmed Pre-Columbian Contacts (Norse and Polynesian)#

Aparte del poblamiento inicial, la erudición dominante acepta solo unos pocos casos de contacto transoceánico antes de 1492. El mejor atestiguado es la exploración nórdica del Atlántico Norte. Las sagas nórdicas y la arqueología muestran que vikingos de Groenlandia llegaron a Norteamérica alrededor del año 1000 d. C. Establecieron un pequeño campamento en L’Anse aux Meadows en Terranova, Canadá, un sitio que ha producido artefactos y estructuras nórdicas inconfundibles. Esta presencia vikinga fue de corta duración, quizá de una o dos décadas, y representa una extensión puntual de las colonias nórdicas de Groenlandia más que una colonización sostenida. Las sagas (como la Saga de los groenlandeses y la Saga de Erik el Rojo) describen encuentros con pueblos indígenas (a quienes los nórdicos llamaban Skrælings) en áreas que nombraron Vinland, Markland y Helluland. De manera notable, una saga relata que alrededor del año 1009 d. C. el explorador Thorfinn Karlsefni incluso raptó a dos niños nativos americanos de Markland y los llevó a Groenlandia. Esos niños fueron bautizados e integrados en la sociedad nórdica, un ejemplo conmovedor de un contacto limitado pero real entre los pueblos del Viejo y el Nuevo Mundo. Aunque los nórdicos de Groenlandia no establecieron un comercio o asentamiento duradero en las Américas (más allá de Groenlandia), sus viajes 500 años antes de Colón están firmemente documentados.

Otro contacto ahora ampliamente aceptado involucra a los polinesios y a los sudamericanos. Los navegantes polinesios fueron extraordinarios marinos que poblaron las islas más remotas del Pacífico. Los académicos han sospechado durante mucho tiempo que también llegaron a las Américas (o viceversa) antes de los viajes europeos. La evidencia más sólida es el caso del camote o batata (Ipomoea batatas), un cultivo domesticado sudamericano que se encontraba en toda la Polinesia oriental para cuando llegaron los europeos. Esta evidencia botánica representa uno de los casos mejor documentados de intercambio transoceánico precolombino. Restos de camote en las Islas Cook han sido fechados por radiocarbono hacia el año 1000 d. C. Este cultivo (conocido como kumara en muchas lenguas polinesias) solo pudo haber llegado a Polinesia mediante acción humana. De hecho, la palabra polinesia para este —por ejemplo, maorí kūmara, rapanui kumara— se asemeja estrechamente al término quechua kumara (y/o aimara kumar) de los Andes. Los lingüistas históricos sostienen que este término compartido “constituye una prueba casi concluyente de un contacto incidental” entre polinesios y sudamericanos. En otras palabras, los polinesios debieron haber encontrado el camote en Sudamérica y haber llevado tanto el cultivo como su nombre de regreso a través del océano. El pensamiento actual es que los polinesios llegaron a la costa occidental de Sudamérica (quizá la actual Ecuador/Perú) alrededor del siglo XII d. C., obtuvieron camotes (y posiblemente otros elementos) y los introdujeron en la Polinesia central hacia ~700–1000 d. C. Para una exploración detallada de la navegación polinesia y el contacto con las Américas, véase nuestro artículo sobre Polynesian-American Contact.

Estudios genéticos recientes han consolidado el caso del contacto polinesio-americano. Un estudio fundamental de 2020 analizó ADN de poblaciones polinesias e indígenas sudamericanas, encontrando una señal clara de ascendencia nativa americana en varios isleños de la Polinesia oriental (como los de las Marquesas y Mangareva en la Polinesia Francesa). Los segmentos genéticos coinciden más estrechamente con grupos indígenas de la costa de Colombia/Ecuador (por ejemplo, el pueblo Zenú) e indican un único evento de mestizaje alrededor del año 1200 d. C. Esto implica que personas de Sudamérica y Polinesia se encontraron y se mezclaron genéticamente hace unos 800 años, mucho antes de que los europeos entraran en el Pacífico. Sigue siendo desconocido si los polinesios navegaron hasta Sudamérica y luego regresaron con nativos americanos, o si los nativos americanos pudieron haber viajado a islas polinesias. En cualquier caso, la evidencia de ADN confirma que estos dos mundos entraron en contacto. Los académicos no involucrados en el estudio consideran más probable que los polinesios viajaran a las Américas (dada su conocida pericia en la navegación) y trajeran personas o genes de regreso, más que sudamericanos dominando la navegación oceánica de larga distancia. En apoyo de esto, alrededor de ~10% de los genomas indígenas de Isla de Pascua (Rapa Nui) resultan ser de origen nativo americano, consistente con un mestizaje preeuropeo.

Además de cultivos y genes, existen otras líneas de evidencia del contacto polinesio. El pollo proporciona un ejemplo llamativo de transferencia de cultura material. Los pollos (Gallus gallus domesticus) fueron domesticados en Asia y transportados por los polinesios en sus viajes. En 2007, arqueólogos identificaron huesos de pollo en el sitio El Arenal en el centro-sur de Chile que son anteriores a Colón y tienen firmas de ADN que coinciden con razas de pollo polinesias. Estos huesos fueron fechados por radiocarbono hacia 1321–1407 d. C., al menos un siglo antes del contacto español en esa región. Este descubrimiento, descrito como “la primera evidencia inequívoca” de pollos preeuropeos en las Américas, sugiere con fuerza que los polinesios los introdujeron. También se alinea con informes históricos de que para la época del Imperio inca (antes de 1500), los pollos ya estaban presentes e integrados en la cultura andina. El hallazgo del pollo generó debate, y análisis de ADN posteriores cuestionaron si el haplotipo era exclusivamente polinesio. No obstante, la mayoría de los investigadores coinciden en que la cronología y el contexto apuntan a un origen polinesio para los pollos en Sudamérica, ya que ningún otro pollo del Viejo Mundo pudo haber llegado antes de 1492.

Otras pistas indicativas incluyen la presencia de una variedad distinta de coco en la costa del Pacífico de Sudamérica que parece estar relacionada con cocos polinesios (quizá traídos por navegantes austronesios), y posibles rastros de tecnología y lenguaje polinesios en las Américas. Por ejemplo, se ha planteado la hipótesis de que las canoas de tablones cosidos del pueblo chumash del sur de California resultan de una influencia polinesia entre 400–800 d. C. Los chumash y sus vecinos (tongva) eran únicos en Norteamérica por construir canoas de tablones para alta mar (tomolo’o), una técnica que solo se ve de otro modo en Polinesia y Melanesia. Los lingüistas también señalaron que la palabra chumash para estas canoas (tomolo’o) podría derivar de un término polinesio (tumulaʻau/kumulaʻau, que se refiere a madera para tablones). Si bien es intrigante, esta teoría del “Chumash polinesio” carece de pruebas contundentes: los arqueólogos señalan una secuencia evolutiva local para la tecnología de la canoa y no se han encontrado genes ni artefactos polinesios en California. La mayoría de los especialistas se mantienen escépticos respecto a un vínculo California-Polinesia, atribuyendo la coincidencia de la canoa ya sea a invención independiente o, en el mejor de los casos, a un contacto muy mínimo.

Más al sur, en territorio mapuche de Chile, los académicos han señalado similitudes llamativas entre la cultura material mapuche y la polinesia. Los mapuche fabricaban clavas de mano de piedra con una forma distintiva plana y espatulada que se asemeja estrechamente a las clavas de Polinesia (especialmente las de los maoríes de Nueva Zelanda y los moriori de las islas Chatham). Estas clavas chilenas incluso fueron mencionadas en crónicas españolas tempranas del período de la Conquista. Grete Mostny, antropóloga chilena, concluyó que tales artefactos “parecen haber llegado a la costa occidental de Sudamérica desde el Pacífico”. Otro vínculo curioso es lingüístico: la palabra para hacha de piedra en la lengua mapuche es toki, prácticamente idéntica a la palabra toki para azuela/hacha en la lengua de Isla de Pascua y en maorí. Más aún, toki en mapuche también puede significar “jefe” (así como los jefes maoríes portaban hojas de azuela finamente talladas como símbolos de rango). Algunas palabras quechuas y aimaras para líder (por ejemplo, toqe) posiblemente estén relacionadas también. Estos paralelos en vocabulario y artefactos insinúan una interacción transpacífica o una coincidencia notable. Los investigadores chilenos Moulian et al. (2015) sostienen que tales datos “complican las cosas” y son sugestivos de un contacto polinesio, aunque falta una prueba definitiva. La opinión dominante sostiene que, si ocurrió algún desembarco polinesio en la costa pacífica de Sudamérica, probablemente fue de pequeña escala y esporádico, suficiente para intercambiar algunos objetos, palabras o genes, pero sin dejar un impacto generalizado.

En suma, los nórdicos en Terranova y la conexión polinesio-sudamericana se erigen como casos verificados de contacto transoceánico precolombino. Ambos están respaldados por múltiples líneas de evidencia (arqueológica, genética, lingüística, botánica). Demuestran que dos “ramas” separadas de la humanidad —una en el Atlántico, otra en el Pacífico— lograron atravesar los océanos y conectarse brevemente con las Américas mucho antes de Colón. Estos contactos conocidos proporcionan contexto para evaluar las muchas otras afirmaciones de interacciones precolombinas, a las que pasamos a continuación.


Claims of Polynesian Contact (beyond the Accepted Cases)#

Ya hemos revisado la influencia polinesia aceptada en el Pacífico y Sudamérica. También existen varias otras afirmaciones de contacto polinesio que siguen siendo especulativas o disputadas. Estas involucran tanto cultura material como presencia humana a lo largo del ámbito del Pacífico.

Una afirmación controvertida fue la idea de que los polinesios llegaron a Norteamérica (además de California) o de algún modo se expandieron más allá de su rango conocido. Thor Heyerdahl, el famoso aventurero, adoptó la postura opuesta: propuso que los sudamericanos poblaron Polinesia. En 1947 navegó la balsa de madera de balsa Kon-Tiki desde Perú hasta Polinesia para demostrar que tal viaje era posible. Aunque Heyerdahl logró captar la atención popular, la evidencia genética y lingüística demostró de manera concluyente que los polinesios procedían de la Polinesia occidental/Insulindia, no de las Américas. Sin embargo, el experimento de Heyerdahl sí subrayó que los viajes a la deriva desde Sudamérica hasta Polinesia podrían ocurrir bajo los vientos y corrientes predominantes. De hecho, simulaciones por computadora han mostrado que una balsa lanzada desde Perú podría llegar a Polinesia en cuestión de meses. El verdadero debate no es si podría ocurrir, sino si ocurrió de una manera que afectara a las poblaciones. El consenso académico moderno es que fueron los propios polinesios quienes emprendieron los viajes a Sudamérica (no al revés), como se refleja en el ADN y en el transporte de camotes y pollos.

En cuanto a una posible presencia polinesia en las Américas, un hallazgo provocador provino de cráneos excavados en la isla Mocha (frente a la costa de Chile). El análisis de varios cráneos sugirió que tenían rasgos craneométricos más cercanos a los polinesios que a los patrones nativos americanos habituales. En 2014 se obtuvo ADN de restos antiguos del pueblo botocudo en Brasil, y se descubrió que dos individuos portaban un haplogrupo de ADN mitocondrial (B4a1a1) que solo se encuentra en polinesios y ciertas poblaciones austronesias. Este resultado sorprendente planteó la cuestión de si algunos polinesios podrían haber llegado a Sudamérica (o, a la inversa, si personas de origen polinesio fueron llevadas a Brasil). Los propios investigadores fueron cautelosos: consideraron el contacto prehistórico directo “demasiado improbable para ser seriamente contemplado” y también les pareció “fantasioso” invocar la trata de esclavos africanos (que podría haber llevado nativos de Madagascar con ascendencia austronesia a Brasil). Una revisión posterior sugirió una explicación más simple: que esos dos cráneos con perfil polinesio en Brasil quizá no sean brasileños precolombinos en absoluto, sino más bien restos de polinesios que murieron durante la era de los primeros viajes europeos, cuyos huesos terminaron mezclados de algún modo en una colección brasileña. En otras palabras, quizá en los siglos XVIII o XIX individuos polinesios (de lugares como Isla de Pascua u otros) fueron transportados a Sudamérica (por ejemplo, por exploradores o como esclavos) y murieron allí, y sus cráneos fueron mal etiquetados como “botocudo”. De hecho, sabemos que en el siglo XIX algunos isleños del Pacífico fueron llevados a Sudamérica (por ejemplo, pascuenses fueron secuestrados a Perú como trabajadores en la década de 1860). Así, el ADN polinesio en Brasil probablemente refleja una trágica historia poscontacto más que un viaje antiguo. Este ejemplo ilustra cómo los movimientos posteriores de personas pueden confundir el panorama al interpretar valores atípicos genéticos.

Otra pieza de evidencia debatida es la antropología física. Antropólogos de principios del siglo XX notaron que algunos esqueletos antiguos en la Patagonia y en la costa peruana (e incluso algunos restos tempranos de Norteamérica como el Hombre de Kennewick) tenían formas craneales o rasgos no típicos de los nativos americanos modernos, lo que suscitó especulaciones sobre afinidades “melanesias” o “polinesias”. La mayoría de los científicos modernos atribuyen estas diferencias a la diversidad natural y a la evolución de las poblaciones nativas americanas (la morfología craneal puede cambiar a lo largo de milenios debido a la dieta y al estilo de vida). La continuidad genética confirma en gran medida que se trataba de linajes indígenas, no de linajes polinesios trasplantados. Así, el consenso es que, aparte del contacto confirmado del camote/pollo y un flujo génico menor alrededor de 1200 d. C., no hay evidencia creíble de que los polinesios establecieran colonias o una influencia extensa en las Américas.

Aun así, la esfera de navegación polinesia fue impresionante, y no deberíamos descartar por completo que pequeños grupos o canoas individuales pudieran haber terminado en lugares no registrados. Los polinesios llegaron tan al norte como Hawái, tan al oeste como Madagascar (los colonos austronesios de Madagascar procedían de la misma cultura marinera que pobló Polinesia) y tan al este como Isla de Pascua, casi en la puerta de Sudamérica. Navegaban guiándose por las estrellas, el comportamiento de las aves y el oleaje, emprendiendo viajes deliberados de exploración. Es por tanto plausible que alguna canoa polinesia en algún momento haya tocado tierra en Norteamérica (quizá en Baja California o en algún lugar de la costa del Pacífico) o que náufragos hayan llegado a la orilla. De hecho, relatos nativos californianos recopilados por antropólogos incluyen una historia de personas que llegan en una canoa a la deriva. Sin embargo, no se han encontrado restos arqueológicos definitivos (artefactos polinesios, etc.) en el continente norteamericano. La canoa de tablones cosidos y las correspondencias lingüísticas en California siguen siendo anomalías intrigantes, pero no se consideran prueba.

En conclusión, el contacto polinesio con las Américas está firmemente respaldado en el Pacífico sur (camotes, pollos, ADN), y otras extensiones propuestas (a California u otros lugares) son especulativas. Los polinesios sin duda tenían la capacidad de realizar viajes oceánicos de largo alcance, y su cultura era la de exploradores. Los casos confirmados nos recuerdan que conocimientos y productos sí circularon entre polinesios y nativos americanos, incluso si estos intercambios fueron relativamente breves y no condujeron a colonias permanentes.


East Asian Contact Theories (China, Japan, and Beyond)#

Numerosas teorías han postulado que pueblos de Asia oriental —especialmente China o Japón— entraron en contacto con las Américas en la Antigüedad o la Edad Media. Estas van desde hipótesis académicas hasta teorías populares modernas. Examinaremos las principales afirmaciones junto con la evidencia (o su ausencia) que las respalda.

Chinese Voyages and Influences#

Una idea de larga data es que chinos antiguos u otros asiáticos orientales influyeron en civilizaciones del Nuevo Mundo como los olmecas o los mayas. Ya en el siglo XIX, algunos observadores creyeron ver rasgos asiáticos en el arte americano. En 1862, José Melgar, quien descubrió la primera cabeza colosal olmeca en México, comentó su apariencia aparentemente “africana” (esto dio origen a la teoría del olmeca africano que se discute más adelante). A mediados del siglo XX, el renombrado arqueólogo Gordon Ekholm sugirió que ciertos motivos y rasgos tecnológicos en Mesoamérica podrían haber venido de Asia. Por ejemplo, señaló similitudes entre figurillas de jade olmecas y el arte de la Edad del Bronce china. En 1975, Betty Meggers, del Smithsonian, publicó un audaz artículo titulado “The Transpacific Origin of Mesoamerican Civilization”, argumentando que la civilización olmeca (florecida ~1200–400 a. C.) debía su génesis a contactos con la dinastía Shang de China (que terminó ~1046 a. C.). Meggers señaló paralelos específicos: el dragón olmeca y el dragón chino, motivos compartidos como el “hombre-jaguar” frente a la máscara taotie china, calendarios y rituales similares, y la práctica de fabricar papel de corteza tanto en Mesoamérica como en Asia. Ella y otros compilaron una larga lista de tales “duplicaciones” culturales que eran “tan numerosas y específicas que implican contactos asiáticos con el occidente de América durante el período precolombino”. Por ejemplo, los investigadores notaron paralelos en mitos y rituales del dios de la lluvia entre Mesoamérica y el sur de China, la secuencia de animales del zodíaco o calendario, e incluso el diseño de ciertas balsas de vela. Una comparación citada con frecuencia es el juego de tablero azteca Patolli y el juego indio Pachisi (del sur de Asia). Ambos son juegos complejos de dados y carrera jugados en tableros en forma de cruz. El antropólogo Robert von Heine-Geldern argumentó en 1960 que las probabilidades de que dos culturas inventaran de manera independiente juegos multi-etapa tan similares eran extremadamente bajas. Consideró más probable que la idea se hubiera difundido por el mundo. Tomadas en conjunto, estas comparaciones culturales alimentaron un argumento difusionista según el cual, de algún modo, marinos del este o sudeste de Asia podrían haber llevado un “kit de civilización” al Nuevo Mundo en la Antigüedad. Para una exploración exhaustiva de los orígenes de la civilización olmeca, véase nuestro artículo sobre Origins of the Olmec Civilization.

A pesar de estas analogías provocadoras, nunca se han encontrado artefactos chinos concretos de 1200 a. C. en Mesoamérica. Los especialistas mesoamericanos de la corriente principal siguen sin estar convencidos. Argumentan que los olmecas surgieron de desarrollos locales (culturas preolmecas anteriores en México muestran una evolución gradual del arte y la iconografía). Las similitudes pueden explicarse por la convergencia independiente de sociedades que abordan temas comunes (como gobernantes que adoptan símbolos de jaguar o dragón), o por la tendencia del cerebro humano a encontrar patrones. De hecho, la tesis transpacífica de Meggers fue duramente criticada por sus colegas por subestimar la inventiva de los pueblos indígenas americanos y basarse en semejanzas circunstanciales. Hoy, la conexión olmeca-Shang se considera una teoría marginal con poco apoyo entre los arqueólogos.

Las afirmaciones de contacto chino también se extienden a supuestos viajes. Un relato famoso proviene del monje budista Hui Shen (Huishen), quien alrededor del año 499 d. C. describió una tierra llamada Fusang muy al este de China. En los registros chinos, se decía que Fusang se encontraba a 20,000 li al este de China y tenía diversas plantas y costumbres que algunos comentaristas tempranos pensaron que podrían corresponder a las Américas. En los siglos XVIII y XIX, varios autores especularon que Fusang era en realidad México o la costa oeste de Norteamérica. La idea ganó tanta tracción que los académicos debatieron si misioneros budistas habían llegado al Nuevo Mundo. Sin embargo, el análisis moderno tiende a ubicar Fusang como una región en el extremo oriente de Asia (quizá Kamchatka o las islas Kuriles), señalando que los cartógrafos chinos de la época situaban Fusang en la costa asiática. La descripción en las fuentes chinas es vaga, y la mayoría de los historiadores no la aceptan como evidencia de un viaje real a América. Fusang sigue siendo una curiosidad histórica; en el mejor de los casos, uno podría imaginar un naufragio o viaje a la deriva que se incorporó a la leyenda. Pero no hay rastro arqueológico de una presencia china o budista en la América precolombina.

Quizá la teoría de contacto chino más difundida sea la de las flotas del almirante Zheng He. En su libro 1421: The Year China Discovered the World, el autor británico Gavin Menzies afirmó que las “flotas del tesoro” de la dinastía Ming de Zheng He rodearon África y llegaron a las Américas entre 1421 y 1423, adelantándose a Colón. La tesis de Menzies se convirtió en un éxito de ventas e inspiró documentales, pero los expertos la consideran seudohistoria. Los historiadores profesionales señalan que los viajes de Zheng He (1405–1433) están bien documentados y que llegaron a la India, Arabia y África Oriental, pero no existen registros ni artefactos chinos creíbles que indiquen un viaje transpacífico a América. Menzies basó sus ideas en lecturas especulativas de mapas e interpretaciones muy débiles de artefactos (como supuestas anclas chinas frente a California, de las que hablaremos en breve). Múltiples reseñas han refutado exhaustivamente las afirmaciones de 1421, subrayando que están “totalmente desprovistas de evidencia”. En síntesis, el consenso dominante sostiene que Zheng He no descubrió América: sus barcos llegaron hasta Kenia y quizá rumores de tierras más allá, pero no hay indicios de que cruzaran el Pacífico.

Se han promocionado algunos artefactos intrigantes como prueba de presencia china. En la década de 1970 se encontraron bajo el agua, frente a la costa de California (cerca de Palos Verdes), unas anclas de piedra en forma de dona. Estas piedras redondeadas con orificios se asemejan a antiguas anclas chinas usadas en juncos. En un principio se pensó que podían tener más de 1,000 años de antigüedad, lo que sugería un viaje chino a la costa oeste de América. Sin embargo, el análisis geológico mostró que las piedras estaban hechas de roca local de California (lutita de Monterey). Investigaciones históricas posteriores indicaron que probablemente fueron dejadas por barcos pesqueros chinos del siglo XIX, después de que inmigrantes chinos llegaran durante la Fiebre del Oro y construyeran juncos para la pesca de abulón. Así, se considera ahora que las “piedras de Palos Verdes” son relativamente recientes y no constituyen evidencia de un viaje medieval.

Otro hallazgo mencionado con frecuencia son las supuestas monedas chinas en la Columbia Británica. Un informe de 1882 afirmaba que un minero encontró unas 30 monedas de bronce chinas enterradas bajo 25 pies de sedimento en la región de Cassiar, en Canadá. A primera vista, monedas chinas enterradas podrían implicar un naufragio antiguo o contacto. Pero tras investigarlas, se identificaron como fichas de templo de la era Qing del siglo XIX, probablemente dejadas o enterradas por mineros de oro chinos activos en esa zona. Con los años, la historia se había exagerado hasta convertirse en un relato misterioso de monedas “muy antiguas”, pero el curador del Royal BC Museum, Grant Keddie, rastreó la verdad: eran fichas comunes del siglo XIX, y la historia se deformó en las sucesivas narraciones. En resumen, no han aparecido monedas chinas genuinamente antiguas en un contexto precolombino seguro en las Américas.

También existen afirmaciones sobre inscripciones o caracteres chinos en artefactos americanos. Por ejemplo, un libro de 1996 de Mike Xu sostuvo que ciertas piedras inscritas (hachas pulidas) del sitio olmeca de La Venta llevan símbolos o escritura china. Esto es sumamente controvertido: la mayoría de los epigrafistas consideran que las marcas son abstractas o indescifrables, no una escritura china clara. Las supuestas descifraciones no han convencido a los especialistas en Mesoamérica. De manera similar, aficionados suelen afirmar que algunos petroglifos en el suroeste de Estados Unidos se asemejan a caracteres chinos, pero tales interpretaciones son especulativas y no gozan de amplia aceptación.

En síntesis, las teorías de contacto chino no han producido evidencia física sólida. A lo más que llegan es a coincidencias y artefactos no probados. Los académicos convencionales consideran mucho más probable que cualquier similitud en arte o mitología se deba a invención independiente o a una difusión muy indirecta a través del estrecho de Bering (por ejemplo, vía Siberia hacia Alaska, una ruta de intercambio limitado bien documentada). La ausencia de bienes comerciales chinos, metales o inscripciones definitivas en las Américas es reveladora. Si una expedición china hubiera establecido contacto, cabría esperar algunos objetos asiáticos en sitios americanos (como tenemos clavos y cota de malla nórdicos en Terranova). No se ha encontrado ninguno. Así, aunque paralelismos intrigantes han alimentado muchas teorías, no existe prueba arqueológica de que marinos o colonos chinos llegaran a las Américas antes de Colón. Pueblos chinos y asiáticos sí alcanzaron la costa oeste americana en tiempos modernos (por ejemplo, juncos japoneses en el siglo XIX, trabajadores chinos en el siglo XIX), pero eso es muy posterior al descubrimiento europeo.

Viajes a la deriva japoneses y asiáticos#

La idea de un contacto japonés con el Noroeste del Pacífico ha sido considerada seriamente por algunos historiadores, aunque como un hecho accidental. El Pacífico Norte tiene corrientes fuertes (como la corriente de Kuroshio) que podrían arrastrar un barco averiado desde Asia oriental hasta las Américas. En la historia documentada (siglos XVII–XIX) hay numerosos casos de barcos pesqueros o mercantes japoneses que naufragaron en tormentas y derivaron hasta las Américas. Por ejemplo, entre 1600 y 1850, se documentan al menos 20–30 barcos japoneses que encallaron o fueron rescatados a lo largo de las costas desde Alaska hasta México. Estos barcos a menudo llevaban un puñado de sobrevivientes, que a veces se integraban en comunidades locales o eran acogidos por comerciantes europeos. Un caso bien conocido: en 1834, un barco japonés con tres sobrevivientes naufragó cerca del cabo Flattery (estado de Washington); los marineros fueron esclavizados por la tribu local Makah antes de ser rescatados. Otro viaje a la deriva alrededor de 1850 llegó cerca del río Columbia. Dada esta frecuencia histórica de derivas (decenas de incidentes en 250 años), algunos investigadores como James Wickersham (que escribía en la década de 1890) razonaron que era poco plausible que ninguna hubiera ocurrido antes del contacto europeo. Sugieren que en siglos anteriores probablemente sucedieron derivas similares, solo que no quedaron registradas. De hecho, si un barco japonés (o coreano o chino) hubiera derivado hasta las Américas hacia el año 1300 d.C., el suceso podría no haber entrado en ningún registro escrito, y los marineros (si sobrevivían) podrían haberse asimilado entre comunidades nativas.

Una académica, la antropóloga Nancy Yaw Davis, fue más allá al proponer que náufragos japoneses podrían haber influido en una cultura nativa americana específica. En su libro The Zuni Enigma, Davis señala rasgos desconcertantes del pueblo zuñi de Nuevo México: su lengua es un aislado lingüístico (no emparentado con las tribus circundantes), y ella observa supuestas semejanzas entre los rituales religiosos zuñi y los del budismo japonés. También menciona que los zuñi tienen una distribución de tipos sanguíneos y un perfil de enfermedades endémicas únicos, distintos de las tribus vecinas. Davis especula que quizá un grupo de japoneses medievales (posiblemente pescadores o incluso monjes) cruzó el Pacífico y finalmente llegó al suroeste de Estados Unidos, contribuyendo al linaje zuñi. Esta es una idea muy controvertida: la mayoría de los lingüistas piensan que la singularidad del zuñi puede surgir de un largo aislamiento más que de un origen exótico, y los paralelismos culturales son débiles. No hay rastro arqueológico de presencia japonesa en el Suroeste (ningún artefacto asiático en sitios zuñi). Aunque la teoría de Davis no es ampliamente aceptada, ejemplifica cómo incluso anomalías culturales sutiles pueden dar lugar a hipótesis difusionistas. Sigue siendo una conjetura intrigante, pero carente de pruebas concretas.

Otra hipótesis temprana que involucra Asia oriental fue la sorprendente similitud entre la cerámica antigua de la cultura Valdivia en Ecuador y la cerámica Jōmon de Japón. En la década de 1960, el arqueólogo Emilio Estrada (junto con Betty Meggers y Clifford Evans) informó que la cerámica Valdivia (datada entre 3000 y 1500 a.C.) presentaba formas y patrones decorativos incisos que recordaban a la cerámica japonesa de la era Jōmon. Esto resultaba sorprendente dada la enorme distancia en espacio y tiempo. Propusieron que quizá navegantes de Japón (o a través de islas intermedias del Pacífico) llegaron a Ecuador en el tercer milenio a.C., introduciendo técnicas cerámicas. Sin embargo, esta teoría tropezó con problemas cronológicos: el estilo de cerámica Jōmon que más se asemeja a Valdivia corresponde a una fase anterior a 3000 a.C., de modo que la cronología no encajaba bien. Además, los escépticos argumentaron que, tratándose de cerámica de barro, solo hay un número limitado de motivos de diseño prácticos (líneas incisas, marcas punteadas, etc.), por lo que es fácil sobrestimar la similitud. La mayoría de los arqueólogos hoy descartan un vínculo transpacífico en este caso. Una mejor comprensión de la cultura Valdivia muestra que se desarrolló localmente a partir de tradiciones sudamericanas previas. La semejanza Valdivia-Jōmon se atribuye ahora, por lo general, a la coincidencia y a las formas limitadas en que se puede decorar cerámica enrollada. Así, el entusiasmo inicial por una conexión Ecuador-Japón se ha desvanecido.

En resumen, los contactos japoneses o de Asia oriental con las Américas se consideran posibles pero no probados. Es bastante plausible que náufragos de Asia llegaran ocasionalmente a las costas americanas (la evidencia física e histórica de derivas posteriores lo respalda). Sin embargo, tales encuentros parecen haber sido infrecuentes y no dieron lugar a ningún intercambio o influencia sostenidos conocidos. Ningún sitio precolombino conocido en las Américas contiene artefactos inequívocamente de Asia oriental. Las pistas culturales y lingüísticas (como la idea zuñi) siguen siendo especulativas y no cuentan con amplio respaldo.


Teorías de contacto del sur de Asia (India)#

La noción de que navegantes del subcontinente indio o regiones circundantes llegaron a las Américas es un tema menos común pero persistente en la especulación difusionista. Estas ideas suelen basarse en similitudes percibidas en prácticas culturales, artefactos o incluso palabras entre el sur de Asia (India) y el Nuevo Mundo.

Uno de los paralelismos interculturales más intrigantes involucra juegos. Como se mencionó antes, los estudiosos han observado desde hace tiempo la sorprendente similitud entre el juego azteca patolli y el clásico juego indio pachisi (también conocido como chaupar o “ludo indio”). El patolli, jugado en Mesoamérica al menos desde 200 a.C., consistía en mover piedritas sobre un tablero en forma de cruz según los resultados de frijoles o dados; las apuestas eran un aspecto importante. El pachisi, documentado en la India en la Edad Media (y probablemente jugado en la Antigüedad en alguna forma), utiliza conchas de cauri como dados y hace que los jugadores corran alrededor de un tablero de tela en forma de cruz. En ambos juegos, la forma del tablero y el concepto de piezas que corren y capturan son análogos. El etnólogo Stewart Culin, en 1896, y otros después de él se maravillaron de esta coincidencia, y algunos propusieron una difusión: “Un juego como el pachisi… su combinación de suertes con un tablero… lo situaría quizá en el sexto orden de rareza, muy fuera de cualquier probabilidad en la que hombres razonables pudieran confiar [para una invención independiente].”. En otras palabras, el juego es tan específico que se consideró más probable algún contacto u origen compartido. Si esta fuera una similitud aislada, podría descartarse, pero viene acompañada de otros paralelismos curiosos: por ejemplo, tanto los aztecas como los antiguos indios usaban rituales de adivinación con dados, y ambos tenían un concepto de cosmograma cuatripartito reflejado en tableros de juego y diagramas espirituales. Los defensores de la difusión sugieren que quizá monjes budistas o mercaderes de la India antigua pudieron haber transmitido tales juegos e ideas a través del Pacífico vía el sudeste asiático u otras rutas.

Otra pieza de posible evidencia es lingüística: la palabra para camote se compartía entre el quechua/aimara (kumara) y el polinesio (kumala/kumara), como vimos. Curiosamente, algunos han señalado que la palabra se asemeja al sánscrito kumāra, que significa “joven” (aunque esto probablemente sea coincidencia y no esté directamente relacionado con el cultivo; lo más relevante es la conexión polinesio-andina). Sin embargo, más concretas son las evidencias botánicas de plantas del Viejo Mundo en el Nuevo Mundo y viceversa, que a veces implican al sur o sudeste de Asia. Por ejemplo, el coco (originario del Indo-Pacífico) podría haber llegado a Sudamérica antes de Colón. A la inversa, se han planteado afirmaciones sobre plantas del Nuevo Mundo en la India antigua: en particular, una posible representación de una piña o maíz en relieves de templos indios. En 1879, el arqueólogo británico Alexander Cunningham observó un relieve en la estupa budista de Bharhut (siglo II a.C.) que parecía mostrar un racimo de frutos semejantes a la chirimoya (Annona), un género nativo de la América tropical. Al principio no sabía que la chirimoya era de origen americano y que solo se introdujo en la India en el siglo XVI. Cuando esto se señaló, surgió un misterio. En 2009, científicos afirmaron haber encontrado semillas carbonizadas de chirimoya en un sitio indio fechado hacia 2000 a.C. De ser cierto, eso sugeriría fuertemente una dispersión a larga distancia (ya sea por medios naturales o por acción humana) de una fruta americana hacia la India mucho antes de Colón. El hallazgo es controvertido y no está plenamente confirmado; es posible que la identificación o la datación sean erróneas. Pero pone de relieve que algunas especies vegetales pudieron haberse desplazado entre hemisferios antes de lo que pensamos.

De igual modo, en el templo de Somnathpur de los Hoysala, del siglo XII en la India, los relieves muestran lo que parecen ser mazorcas de maíz sostenidas en las manos de deidades. El maíz es un cultivo del Nuevo Mundo, desconocido en Afro-Eurasia antes de 1500. ¿Cómo podría una escultura india del siglo XII mostrar maíz? En 1989, el investigador difusionista Carl Johannessen interpretó esas esculturas como evidencia de contacto precolombino. Sin embargo, historiadores del arte indio y botánicos ofrecieron rápidamente explicaciones alternativas. Sugirieron que el objeto tallado es probablemente una representación de un muktāphala, un fruto compuesto mítico adornado con perlas, un motivo común en el arte indio que simboliza la abundancia. En otras palabras, lo que parece granos en una mazorca podría ser en realidad perlas en un fruto fantástico. La mayoría de los especialistas se inclina por la idea de que no se trata de una mazorca de maíz literal y que la semejanza es casual o superficial. Así, la afirmación de “maíz en la India medieval” se descarta en general.

En términos de iconografía y religión, una de las primeras teorías difusionistas fue la de Grafton Elliot Smith y W.H.R. Rivers a inicios del siglo XX, quienes desarrollaron el concepto de una cultura “heliolítica” panglobal (centrada en el culto solar, megalitos, etc.) que se habría difundido desde Egipto o el Cercano Oriente hacia todas partes, incluidas las Américas. Como parte de esto, ellos y otros vieron conexiones entre motivos hindúes/budistas y mesoamericanos. Por ejemplo, Elliot Smith, en 1924, afirmó que ciertas figuras talladas en estelas mayas (la Estela B de Copán, en Honduras) representaban elefantes asiáticos con mahouts. Los elefantes, por supuesto, no son nativos del Nuevo Mundo, de modo que, si fuera cierto, implicaría que alguien que había visto elefantes (en la India o Asia) influyó en el arte maya. Sin embargo, arqueólogos posteriores señalaron que los “elefantes” eran casi con certeza representaciones estilizadas de tapires locales (un animal con una probóscide corta). Las supuestas trompas de elefante eran probablemente el hocico del tapir, y los artistas mayas no habrían tenido dificultad en observar tapires en su entorno. Así, esa evidencia se desvaneció como un caso de identificación errónea.

Otro paralelismo curioso citado a menudo involucra juegos (otra vez) y prácticas ceremoniales: el juego de pelota mesoamericano se ha comparado con varios juegos rituales del Viejo Mundo. Algunos ven un parecido con el antiguo juego indio chaturanga o incluso con el polo practicado por culturas de Asia central, pero estas analogías son forzadas. Un vínculo más concreto: en la década de 1930, el explorador Thomas Barthel señaló similitudes entre un juego tradicional de dados de palo de los miwok de California y juegos del sudeste asiático, pero, una vez más, esto podría ser convergencia.

En lingüística, aparte del término del camote, ha habido intentos marginales de vincular lenguas mesoamericanas con lenguas del sur o oeste de Asia (desde el tamil hasta el hebreo), ninguno de los cuales ha resistido el escrutinio. Por ejemplo, algunos lingüistas de principios del siglo XX pensaron que el quechua (lengua inca) podría tener relación con lenguas del Viejo Mundo (como las del Cáucaso o el sumerio), pero la lingüística moderna no encuentra evidencia de ello.

¿Pudieron los barcos indios o del sudeste asiático realizar el viaje? Teóricamente es posible: los marinos del sur de Asia en la Antigüedad navegaban con los monzones hasta Indonesia e incluso hasta África. Hay registros de grandes barcos de alta mar en la India ya en época romana. Algunas pistas sugerentes incluyen la presencia de ciertos tipos de canoas. Por ejemplo, existe un tipo de embarcación cosida llamada “canoa de tablones cosidos” tanto en el sudeste asiático como en las Américas (las canoas de la costa del Golfo tenían uniones cosidas). Pero conectar estos casos es especulativo. Si ocurrió algún contacto, la ruta del Pacífico vía Polinesia parece más plausible (como hemos visto, los polinesios sí establecieron conexiones). Cabe señalar que los pueblos de Indonesia (austronesios) llegaron a Madagascar hacia el primer milenio d.C., lo que demuestra un alcance marítimo considerable. Algunas teorías marginales sugieren que quizá marinos indonesios o malayos pudieron continuar hacia el este hasta Sudamérica. De hecho, gallinas y ciertas variedades de plátano se trasladaron del sudeste asiático a África y posiblemente a las Américas (pero la evidencia sugiere que esto ocurrió vía polinesios o europeos posteriores).

Una de las pocas narraciones específicas de un viaje sur de Asia -> América no proviene de la India, sino del alcance del mundo islámico en el océano Índico: un relato árabe (que se discute más adelante) del siglo IX habla de un marinero de España que llegó a una nueva tierra. Aunque esto es más árabe que indio, subraya que la idea de tierras al otro lado del mar estaba presente.

En conjunto, no existe evidencia definitiva de un contacto directo de la India con la América precolombina. Los paralelismos en juegos y algunos artefactos son fascinantes pero no concluyentes. El hallazgo de semillas de chirimoya, si se confirmara, sería un cambio de paradigma que indicaría intercambio de cultivos milenios atrás. Pero hasta que una evidencia tan extraordinaria sea ampliamente verificada, estos casos siguen siendo anomalías intrigantes. La visión dominante es que cualquier similitud cultural probablemente se deba a desarrollos independientes o quizá a una difusión muy difusa e indirecta a través de muchos intermediarios a lo largo de siglos (por ejemplo, una idea que viaja lentamente por muchas culturas en lugar de un solo viaje). Podríamos resumir que, entre las teorías marginales, el contacto India-América recibe menos énfasis que China o el Viejo Mundo en general, pero aparece en discusiones sobre artefactos inusuales y la siempre seductora semejanza entre los juegos patolli/pachisi.


Teorías de contacto africano y de Medio Oriente#

Las afirmaciones de que pueblos de África o del Cercano Oriente llegaron a las Américas antes de Colón adoptan varias formas, a menudo centradas en civilizaciones específicas: egipcios, africanos occidentales (Mali), fenicios/cartagineses, musulmanes de Al-Ándalus o del norte de África, e incluso hebreos de la Antigüedad. Trataremos cada caso por separado.

Viajes de África occidental (Imperio de Mali y “indios negros”)#

Una de las narrativas que suena más creíble es la del viaje atlántico del Imperio de Mali. Según fuentes históricas árabes, en particular el relato registrado por Al-Umari en el siglo XIV, el emperador maliense Abu Bakr II (Abubakari) en 1311 abdicó de su trono para lanzar una gran expedición al océano Atlántico. Las crónicas dicen que envió cientos de canoas desde África occidental, decidido a averiguar qué había más allá del horizonte oceánico, pero solo una nave regresó (informando de una fuerte corriente que arrastró a las demás). Abu Bakr entonces se hizo a la mar con una flota aún mayor y nunca volvió, dejando que Mansa Musa se convirtiera en emperador en su lugar. Algunos han interpretado esto como que los marinos de Mali pudieron haber llegado al Nuevo Mundo alrededor de 1312 d.C. De hecho, Cristóbal Colón conocía estas afirmaciones. En sus diarios durante su tercer viaje (1498), Colón anotó que pensaba investigar “las afirmaciones del rey de Portugal de que ‘se habían encontrado canoas de la costa de Guinea [África occidental] que navegaban hacia el oeste con mercancías’”. Colón también registró informes del Caribe según los cuales la gente había visto “hombres negros” que venían del sur o sureste, con lanzas rematadas en una aleación de oro y cobre (guanin) del tipo conocido en la Guinea africana. El guanin (18 partes de oro, 6 de plata, 8 de cobre) era efectivamente una fórmula metálica de África occidental. Estos relatos sugieren de forma tentadora que algunos africanos podrían haber llegado a las Américas (o viceversa, concebiblemente por corrientes oceánicas) poco antes del contacto europeo.

Sin embargo, la evidencia no es concluyente. No se han encontrado artefactos ni restos humanos de África occidental, confirmados y anteriores a 1492, en las Américas. La aleación guanin podría haberse producido de manera independiente (su composición no es extraordinariamente inusual, aunque el uso específico del término “guanin” por parte de los nativos es interesante). La historia de los “hombres negros” que Colón escuchó podría haber sido un malentendido o un mito. Dicho esto, estudios oceanográficos muestran que corrientes como la de Canarias y la del Atlántico Norte podrían llevar una embarcación desde África occidental hasta el noreste de Sudamérica. De hecho, los primeros colonizadores de las islas atlánticas (como Cabo Verde) encontraron calabazas y plantas africanas que habían derivado hasta el Nuevo Mundo y de regreso. No es inverosímil que parte de la flota de Abu Bakr, si se internó lo suficiente, pudiera haber llegado a Brasil o al Caribe. La cuestión es si habrían sobrevivido y dejado evidencia. Si solo unos pocos individuos llegaron, podrían haberse mezclado con poblaciones nativas, dejando un rastro genético escaso o nulo tras siglos. Un estudio genético de 2020 sí encontró algunos segmentos de ADN de África occidental en ciertas tribus amazónicas, pero se demostró que procedían de mestizaje posterior a 1500 (probablemente de la era de la trata de esclavos, no precolombino).

El defensor más prominente de la presencia africana en la América precolombina fue Ivan Van Sertima, quien en 1976 escribió They Came Before Columbus. Van Sertima se basó en sugerencias anteriores (como las de Leo Wiener en 1920) de que la civilización olmeca de México tenía orígenes o influencias africanas. Van Sertima señaló las colosales cabezas de piedra olmecas (ca. 1200–400 a.C.), que tienen narices anchas y labios gruesos que él y otros interpretaron como rasgos negroides. También citó informes de plantas como el algodón y la calabaza de botella presentes tanto en África como en Sudamérica, y diversas similitudes culturales (pirámides, técnicas de momificación, símbolos mitológicos similares como winged serpents). En el escenario de Van Sertima, navegantes del Imperio de Mali (o anteriores, posiblemente nubios u otros) cruzaron el Atlántico y dieron impulso a aspectos de la civilización mesoamericana. Incluso sugirió que el dios azteca Quetzalcóatl —a menudo descrito como un hombre barbado de piel clara— se inspiró originalmente en visitantes africanos, aunque esto contradice la descripción usualmente caucasoide de Quetzalcóatl y su origen local. Para un examen detallado de las teorías sobre los orígenes olmecas, véase nuestro artículo Origins of the Olmec Civilization.

Los arqueólogos convencionales han criticado duramente la tesis de Van Sertima. Argumentan que las cabezas olmecas, si bien tienen rasgos que pueden recordar a africanos, se encuentran dentro del rango de fenotipos indígenas americanos (y probablemente representan líderes locales, quizá con estilización infantil o jaguaresca). No se han hallado restos esqueléticos africanos ni marcadores biológicos en contextos olmecas. Las prácticas culturales citadas (pirámides, momificación) tienen vías lógicas de desarrollo independiente: las pirámides surgen de apilar mastabas en Egipto y de montículos de tierra en Mesoamérica, sin necesidad de que una tradición enseñe a la otra. La cronología tampoco encaja bien: el apogeo del contacto transahariano para Mali (siglo XIV) es muy posterior a la época olmeca; si africanos llegaron en tiempos olmecas (~1200 a.C.), habría que preguntar qué civilización africana tenía entonces barcos oceánicos (posiblemente Egipto o los fenicios, lo cual es otra categoría de afirmaciones). En esencia, no ha aparecido ningún artefacto verificado de origen africano (cuentas, metales, herramientas, etc.) en sitios olmecas u otros precolombinos, y el registro genético no muestra linajes subsaharianos en ADN antiguo precolombino.

Dicho esto, vale la pena señalar que algunas plantas del Viejo Mundo estaban presentes en el Nuevo Mundo y viceversa (aunque a menudo no está claro si antes o después de 1492). Por ejemplo, se ha afirmado que la calabaza de botella (Lagenaria) estaba presente en las Américas hacia 8000 a.C., posiblemente derivando a través del Atlántico desde África o transportada por migrantes tempranos. Asimismo, ciertas variedades africanas de algodón (Gossypium) podrían haber cruzado. Pero estudios recientes sugieren domesticaciones independientes o dispersión natural pleistocénica en estos casos.

En resumen, aunque la historia del viaje de Mansa Abu Bakr es tentadora y no inherentemente inverosímil, falta evidencia sólida de una presencia medieval de África occidental. Las afirmaciones más amplias de Van Sertima sobre africanos que civilizan a los olmecas se consideran pseudoarqueología por los profesionales. Sin embargo, el tema es sensible, pues se cruza con cuestiones de representación y orgullo afrocentrista. Lo mejor que podemos decir es que algunos navegantes africanos quizá llegaron a las Américas hacia 1300 d.C., pero, de haberlo hecho, su impacto fue limitado. Colón y otros europeos sí notaron indicios inusuales (como esa aleación de lanzas y relatos de comerciantes negros), lo que mantiene la puerta entreabierta. La investigación continua en ADN antiguo y arqueología podría aún detectar una “señal” africana si realmente existió.

Contactos egipcios y norteafricanos (momias con cocaína y otras pistas)#

La idea de que los antiguos egipcios u otros norteafricanos hayan llegado a las Américas ha fascinado al público, en parte debido a hallazgos sensacionalistas como la presencia de sustancias del Nuevo Mundo en momias egipcias. En la década de 1990, la toxicóloga alemana Svetlana Balabanova anunció que había detectado rastros de nicotina y cocaína en varias momias egipcias, incluida la de la sacerdotisa Henut Taui. Dado que el tabaco y la planta de coca son nativos únicamente de las Américas, este fue un resultado sorprendente. Las pruebas de Balabanova, utilizando análisis del tallo del cabello para descartar contaminación superficial, encontraron repetidamente niveles significativos de estos alcaloides. Pruebas de seguimiento realizadas por otros laboratorios (por ejemplo, Rosalie David del Museo de Mánchester) también encontraron nicotina en algunas muestras de momias. ¿Cómo podía ser esto? Una hipótesis era que los antiguos egipcios de alguna manera obtuvieron tabaco y coca mediante comercio transoceánico, lo que implicaría contacto con las Américas por parte de marineros egipcios o fenicios. Esto capturó la imaginación y se convirtió en material para la literatura marginal como evidencia de las “momias con cocaína”.

Sin embargo, los egiptólogos y científicos de la corriente principal piden cautela. Señalan varios puntos: primero, falsos positivos o contaminación podrían explicar algunos resultados. La nicotina también se encuentra en plantas del Viejo Mundo (por ejemplo, en algunas solanáceas, en ceniza, o incluso proveniente de insecticidas usados en la conservación de museos), por lo que la nicotina por sí sola no es concluyente. La cocaína es más complicada, ya que Erythroxylum coca es del Nuevo Mundo, aunque existe una especie del Viejo Mundo (Erythroxylum emarginatum) en África de la que algunos han especulado que podría contener compuestos similares (esto no está verificado). Balabanova sugirió que quizá plantas del Viejo Mundo ahora extintas podrían haber tenido estos alcaloides. Otros propusieron que las momias podrían haberse contaminado en tiempos más recientes, especialmente dado que muchas momias egipcias fueron manipuladas o incluso consumidas como “medicina de momia” en tiempos poscolombinos (aunque se presume que las analizadas estaban intactas). Dos intentos de replicar los hallazgos de cocaína de Balabanova por laboratorios independientes no lograron detectar cocaína, lo que generó sospechas de que el resultado original podría ser un error o contaminación.

También se señaló que la momia de Ramsés II, cuando fue desenvuelta en 1886, tenía hojas de tabaco en el abdomen, pero el cuerpo había sido abierto y trasladado múltiples veces entre finales del siglo XIX y el XX, por lo que estas podrían haber sido introducidas por manipuladores o colocadas como una “ofrenda” posterior. Un estudio del año 2000 en la revista Antiquity argumentó que las discusiones sobre tabaco/cocaína en momias a menudo “ignoraban las historias pos-excavación [de las momias]”, enfatizando cuánto manejo y reubicación sufrieron estos restos. En resumen, el consenso dominante es que los hallazgos de drogas en momias no son prueba definitiva de comercio transatlántico. Son intrigantes y aún debatidos, pero la mayoría de los egiptólogos creen que los egipcios no navegaron hasta los Andes en busca de hojas de coca.

No obstante, esta evidencia es citada con frecuencia por difusionistas. Argumentan que es más plausible que los egipcios (o cartagineses) adquirieran pequeñas cantidades de estas drogas exóticas mediante comercio de larga distancia, en lugar de que la contaminación pos-excavación involucrara coincidentemente plantas específicamente americanas. Técnicamente el jurado sigue deliberando, pero las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y hasta ahora los datos de las “momias con cocaína” no han alcanzado ese umbral de manera suficientemente sólida para la mayoría de los científicos.

Otra figura de Medio Oriente que a veces se menciona es Khashkhash Ibn Saeed Ibn Aswad, un navegante árabe de Córdoba (España) del siglo IX. El historiador Al-Mas’udi escribió que en el año 889 d. C., Khashkhash zarpó hacia el oeste desde la España islámica hacia el Mar Océano (Atlántico) y regresó con tesoros de una “tierra desconocida”. Algunos interpretan esto como un viaje auténtico a las Américas. Otros piensan que Al-Mas’udi podría haber estado relatando un cuento fantasioso o una alegoría (el texto es ambiguo, y una interpretación es que el propio Al-Mas’udi dudaba de la historia, calificándola quizá de “fábula”). No existe evidencia arqueológica de ninguna colonia islámica ni de artefactos en las Américas precolombinas, aparte de aquellos transportados por los nórdicos en Groenlandia. Pero esta historia muestra que la gente medieval contemplaba la posibilidad de tierras al otro lado del mar. En una línea similar, dos geógrafos chinos del siglo XII escribieron sobre un lugar llamado “Mulan Pi” al que supuestamente llegaron marinos musulmanes. Aunque la mayoría identifica Mulan Pi con algún lugar del Atlántico (como Marruecos o Iberia), una visión marginal sostiene que era parte de las Américas. Un mapa chino del mundo realizado por al-Mas’udi incluso muestra una gran masa de tierra al oeste del Viejo Mundo, aunque esto podría ser una conjetura ilustrada o un continente mítico. El historiador Hui-lin Li en 1961 apoyó la idea de que Mulan Pi fuera América, pero el respetado erudito Joseph Needham dudaba de que los barcos árabes medievales pudieran hacer un viaje de ida y vuelta a través del Atlántico sin conocimiento de los vientos. En esencia, algunos escritores musulmanes y chinos especularon sobre tierras más allá del océano, pero eso no confirma un contacto real.

¿Qué hay de los fenicios o cartagineses propiamente dichos, los grandes navegantes de la Antigüedad? Los fenicios circunnavegaron África alrededor del 600 a. C. por orden del faraón Necao, y cartagineses como Hannón exploraron la costa africana. ¿Pudieron haber cruzado el Atlántico? No es imposible que barcos fenicios o cartagineses desviados por tormentas hayan llegado a Brasil o al Caribe. La inscripción de Paraíba en Brasil es un artefacto notorio en este sentido. Descubierta (o más bien, se afirmó que fue descubierta) en 1872, esta piedra tenía un texto fenicio que describía un viaje desde Cartago a una nueva tierra. Inicialmente algunos expertos la consideraron genuina, pero luego se reveló que probablemente era un fraude: el hombre que la “encontró” confesó la estafa, y expertos en epigrafía semítica (como Cyrus Gordon y Frank Cross) demostraron que contenía lenguaje anacrónico. A pesar de esto, la historia de la piedra de Paraíba persistió en la literatura marginal durante mucho tiempo. En 1996, Mark McMenamin agitó las aguas al interpretar ciertas monedas de oro de Cartago (350 a. C.) como si mostraran un mapa del mundo que incluía las Américas. Argumentó que el diseño del reverso (normalmente visto como un caballo sobre un disco solar) contenía contornos que podrían ser el Mediterráneo con tierras más allá. Más tarde, monedas supuestamente encontradas en América y vinculadas a esta teoría resultaron ser falsificaciones modernas. Así que la idea de McMenamin no ganó aceptación, y él mismo revisó su postura cuando la evidencia no la respaldó.

Curiosamente, un hallazgo genuino es que se han encontrado artefactos romanos y del Mediterráneo temprano en islas atlánticas como las Canarias: por ejemplo, fragmentos de ánforas de época romana en las Islas Canarias. Esto muestra que los barcos antiguos sí se adentraron en el Atlántico abierto (las Canarias están justo frente a África). El arqueólogo Romeo Hristov ha argumentado que si los romanos pudieron llegar a las Canarias, un naufragio podría haber derivado hasta las Américas. Propuso que la enigmática cabeza de Tecaxic-Calixtlahuaca —una pequeña cabeza de terracota con barba y rasgos de aparente estilo romano, encontrada en un entierro prehispánico en el Valle de Toluca, México— podría ser evidencia de tal escenario de naufragio romano. Esta cabeza, hallada bajo pisos fechados hacia ~1476–1510 d. C., fue examinada por expertos que la identificaron estilísticamente como semejante al arte romano del siglo II d. C. Si realmente llegó antes de Colón, ¿cómo terminó una estatuilla romana en un contexto azteca tardío? Hristov sugirió que quizá un barco romano fue desviado de su curso, derivó a través del Atlántico y algunos objetos fueron comerciados tierra adentro con el tiempo. Sin embargo, el escepticismo abunda: algunos sospechan que la cabeza pudo haber sido una curiosidad introducida después de la Conquista (aunque el director de la excavación negó vehementemente un fraude). Incluso existe la historia de que un estudiante bromista pudo haberla reenterrado como chiste. Hasta el día de hoy, es una cuestión abierta: la cabeza podría ser evidencia real de un contacto singular, o podría ser un artefacto intrusivo. Michael E. Smith, de la Universidad Estatal de Arizona, investigó los rumores y se mantuvo escéptico, pero no pudo descartar por completo que fuera una ofrenda funeraria legítima precolombina. Así, la cabeza romana es un caso fascinante y atípico: probablemente una broma o intrusión, pero si no lo es, resulta difícil de explicar salvo por un contacto antiguo accidental.

Además de eso, ha habido muchas afirmaciones de monedas romanas aisladas encontradas en todo Estados Unidos. De hecho, informes de monedas romanas, griegas o cartaginesas en lugares como Tennessee, Texas o Venezuela aparecen con frecuencia. Al examinarlas, casi todas resultan ser pérdidas modernas (personas que extravían monedas de colecciones) o falsificaciones directas. El antropólogo Jeremiah Epstein revisó docenas de estos hallazgos de monedas y señaló que ninguno tenía contextos seguros anteriores a 1492; muchos carecían de documentación, y al menos dos tesoros fueron probados como fraudes. Por ello, la “evidencia” numismática se descarta en general: es demasiado fácil que ocurra contaminación posterior.

Algunos teóricos marginales también señalan supuestos motivos del Viejo Mundo en el arte del Nuevo Mundo como evidencia de influencia transatlántica. Un ejemplo clásico es la afirmación de que una piña de estilo romano está representada en un mural de Pompeya (siglo I d. C.). Si fuera cierto, indicaría que los romanos conocían la piña americana. Un botánico italiano, Domenico Casella, argumentó que una fruta en un fresco de Pompeya se parecía a una piña. Pero otros botánicos e historiadores del arte creen que se trata de la representación de una piña de pino del pino piñonero mediterráneo, que, admiten, tiene hojas que podrían confundirse con las de la piña en el arte. Señalan que los artistas antiguos estilizaron las plantas, y la confusión con piñas de pino ha ocurrido antes (incluso en relieves asirios, donde una “piña” sostenida por una deidad parece una piña tropical, pero sabemos que Asiria no tenía piñas). En este caso, la mayoría se inclina por la interpretación de la piña de pino, dado que el contexto es una canasta de frutas italianas.

En el contexto de Medio Oriente, algunos sugieren que viajeros judíos o musulmanes pudieron haber ido hacia el oeste. Ya hemos tratado las historias árabes y de Fusang. También existe un curioso argumento basado en mapas: en 1925 Soren Larsen afirmó que una expedición conjunta danesa-portuguesa podría haber llegado a Terranova en la década de 1470, pero eso se refiere a europeos precolombinos, que discutiremos a continuación.

Para resumir el ángulo africano/medio oriental: el contacto fenicio/cartaginés sigue siendo especulativo (inscripción de Paraíba = fraude, mapa en monedas = malinterpretado). El contacto egipcio no tiene artefactos concretos en América, aunque el tema de la cocaína/nicotina en momias es un enigma en curso, posiblemente debido a contaminación o fuentes vegetales desconocidas. El contacto islámico/morisco —aparte de la hipótesis de Mali— también carece de fundamento, aunque existan relatos. El más plausible es el viaje de Mali, que tiene evidencia circunstancial (notas de Colón, etc.) pero ninguna prueba arqueológica. Así que estas teorías, aunque populares en círculos pseudoarqueológicos, no han ganado aceptación debido a la escasez de evidencia definitiva. Siguen siendo interesantes “qué pasaría si”, sustentados principalmente por anomalías y rumores históricos.


Leyendas y afirmaciones europeas (irlandeses, galeses y europeos medievales)#

Europeos además de los nórdicos también aparecen en el imaginario precolombino, a menudo como leyendas que mezclan historia y mito. Los dos casos famosos son san Brendan el Navegante y el príncipe Madoc de Gales, junto con un relato posterior sobre Henry Sinclair de las Orcadas.

San Brendan fue un monje irlandés del siglo VI que, según la leyenda medieval, navegó con otros monjes en busca de la “Isla de los Bienaventurados” o el Paraíso. La historia, escrita en la Navigatio Sancti Brendani, narra islas fantásticas y aventuras, incluyendo aves parlantes y una isla pez gigante (Jasconius) en la que Brendan desembarca. Desde la Era de los Descubrimientos, algunos han especulado que el viaje de Brendan pudo haber llegado a Norteamérica (la leyenda menciona una “Tierra Prometida de los Santos”). En 1977, el aventurero Tim Severin construyó una réplica de un currach irlandés del siglo VI (un barco de casco de cuero) y navegó con éxito desde Irlanda hasta Terranova, saltando de isla en isla vía las Feroe e Islandia. Esto demostró que el viaje de Brendan era factible con tecnología medieval. El viaje de Severin no prueba que Brendan lo hiciera, pero muestra que un cruce atlántico irlandés en esa época es posible. Aunque no existe evidencia arqueológica de presencia irlandesa en la América prenórdica (no se han encontrado ermitas ni cruces en Terranova anteriores a los vikingos), la idea de monjes celtas llegando a América sigue siendo una posibilidad intrigante. De hecho, las sagas vikingas mencionan haber encontrado “libros irlandeses, campanas y báculos” en Islandia cuando llegaron, lo que indica que hubo ermitaños irlandeses allí antes que los nórdicos. Es un pequeño salto imaginar que algunos irlandeses se aventuraran más al oeste hacia Groenlandia o más allá. En cualquier caso, la historia de Brendan es legendaria; probablemente fue una mezcla de relatos marineros anteriores e imaginación. Pero hasta hoy, algunos escritores marginales creen que “Brendan descubrió América”, una afirmación no respaldada por evidencia sólida, aunque no del todo descabellada en concepto.

El príncipe Madoc (Madog) es una leyenda galesa. Según el folclor, Madoc, hijo ilegítimo del rey Owain de Gwynedd, zarpó con una flota de barcos alrededor de 1170 d. C. para evitar disputas sucesorias y encontró una tierra occidental distante donde se asentó. Esta historia surgió en tiempos Tudor (siglo XVI) y fue utilizada por los ingleses como propaganda para afirmar que los britanos llegaron a América antes que los españoles. En los siglos posteriores, surgió el mito de los “indios galeses”: tribus nativas americanas supuestamente descendientes de los colonos de Madoc. Abundaron los relatos de frontera sobre encuentros con indígenas de ojos azules o que hablaban galés. Exploradores de los siglos XVIII y XIX salieron en busca de estas tribus. Algunos sitios, como ruinas de fuertes en Kentucky (el sitio “Devil’s Backbone”) y petroglifos, fueron atribuidos al grupo de Madoc por entusiastas. Incluso un muro de piedra en la cima de Fort Mountain en Georgia fue explicado en su momento como un fuerte galés construido para repeler ataques indígenas (una placa interpretativa llegó a mencionar la leyenda cherokee de que un “pueblo llamado galeses” lo construyó). Sin embargo, la arqueología moderna atribuye estas estructuras a los nativos americanos (por ejemplo, se cree ahora que el muro de Fort Mountain es una construcción indígena prehistórica). No se han encontrado artefactos de origen galés medieval inequívoco en América. La leyenda de los “indios galeses” se considera en general una combinación de pensamiento ilusorio y relatos de frontera. Las afirmaciones lingüísticas de influencia galesa —como la supuesta presencia de palabras galesas entre los indios mandan— fueron investigadas y desacreditadas (la lengua mandan no tiene conexión con el galés). La historia de Madoc sigue siendo exactamente eso: una leyenda. Es muy improbable que tal colonia haya existido; si lo hizo, no dejó rastro. Como escribió un historiador, “el asunto Zeno [véase más abajo] sigue siendo una de las más descabelladas… falsificaciones”, y de manera similar, la historia de Madoc se considera ahistórica. Pero “siguió siendo popular” durante mucho tiempo y aún aparece ocasionalmente en discusiones pseudohistóricas.

Pasando a los siglos XIV–XV, un conjunto de teorías involucra expediciones secretas de europeos justo antes de Colón. Una gira en torno a Henry I Sinclair, conde de las Orcadas (también vinculado a los Caballeros Templarios en la tradición). Un relato italiano del siglo XVI (las cartas Zeno) afirmaba que alrededor de 1398 un veneciano llamado Antonio Zeno sirvió bajo un príncipe “Zichmni” (supuestamente Sinclair) en un viaje a través del Atlántico Norte, posiblemente llegando a Terranova o Nueva Escocia. Esta historia fue en gran medida olvidada hasta la década de 1780, cuando se publicó y se hipotetizó que Henry Sinclair era Zichmni. En años recientes, se convirtió en material para teorías conspirativas sobre el Santo Grial y los templarios, especialmente con la popularidad del género de El código Da Vinci. Por ejemplo, la capilla medieval de Rosslyn en Escocia (construida por la familia Sinclair en la década de 1440) tiene tallas que algunos autores como Knight y Lomas afirmaron que representan plantas del Nuevo Mundo —específicamente maíz y aloe— supuestamente talladas décadas antes de Colón. Argumentan que esto es evidencia de que Sinclair fue a América y trajo conocimiento del maíz. El botánico Adrian Dyer examinó las tallas de Rosslyn y encontró solo una representación vegetal identificable (no maíz), y consideró que el supuesto “maíz” era un patrón estilizado o quizá trigo o fresas. Otros historiadores de la arquitectura también han concluido que las tallas probablemente representan flora europea convencional o motivos decorativos, no mazorcas de maíz literales. Además, las propias cartas Zeno son consideradas ampliamente un fraude o, en el mejor de los casos, una mezcla confusa de hechos y ficción: archivos biográficos canadienses califican todo el asunto como “una de las más descabelladas… falsificaciones en la historia de la exploración”. El consenso: el supuesto viaje de Henry Sinclair no está probado, y la evidencia (relato Zeno, motivos de Rosslyn) es demasiado dudosa para aceptarse.

Otra afirmación precolombina involucra la posibilidad de que portugueses u otros marinos atlánticos conocieran el Nuevo Mundo poco antes de Colón pero lo mantuvieran en secreto. Por ejemplo, el historiador Henry Yule Oldham sugirió en su momento que un mapa veneciano del siglo XV de Bianco (1448) mostraba parte de la costa de Brasil. Eso generó debate, pero otros demostraron que probablemente representaba una isla de Cabo Verde (se había malinterpretado el etiquetado del mapa). También existían leyendas de marineros de Bristol sobre la “Isla de Brasil” (una isla fantasma al oeste de Irlanda). Está documentado que expediciones con base en Bristol salieron a buscar esta isla en la década de 1480. El propio Colón visitó Bristol en 1476 y pudo haber oído relatos de tierras occidentales. Después de Colón, el inglés John Cabot (que zarpó desde Bristol en 1497) informó que la tierra recién descubierta podría haber sido “descubierta en el pasado por los hombres de Bristol que encontraron Brasil”. Esto sugiere que quizá algunos pescadores habían vislumbrado Terranova o Labrador antes de 1492. De hecho, se ha especulado que pescadores vascos o portugueses llegaron a los ricos caladeros de Terranova en la década de 1480 pero no lo publicitaron. Una teoría marginal (mencionada en Wikipedia) plantea que pescadores vascos habrían llegado a Norteamérica incluso a finales del siglo XIV y ocultado deliberadamente el conocimiento para proteger sus bancos de bacalao. Sin embargo, no hay evidencia histórica ni arqueológica de actividad pesquera europea significativa precolombina; la presencia de equipo o campamentos vascos aparece solo después de 1500, según muestran los registros.

El propio Colón pudo haber sido influido por tales rumores. De hecho, una leyenda registrada por el historiador Oviedo (década de 1520) habla de una carabela española que fue arrastrada muy al oeste unos 20 años antes de Colón y finalmente regresó a la deriva, con solo unos pocos sobrevivientes, entre ellos un piloto llamado Alonso Sánchez que murió en la casa de Colón después de contarle sobre las tierras. Oviedo la consideró un mito, pero fue ampliamente difundida a principios del siglo XVI. Otra afirmación del historiador Soren Larsen (1925) hablaba de una expedición danesa-portuguesa alrededor de 1473–1476, que involucraba a figuras notables (Didrik Pining, Hans Pothorst, João Vaz Corte-Real, posiblemente un mítico John Scolvus) que habrían llegado a Terranova o Groenlandia. Aunque algunas de estas personas fueron reales (Pining y Pothorst fueron piratas alemanes al servicio de Dinamarca que patrullaron el Atlántico Norte; Corte-Real fue un portugués que luego envió a sus hijos en expediciones), las afirmaciones específicas de Larsen sobre un desembarco anterior a 1480 se basan en evidencia circunstancial y no han sido verificadas. En el mejor de los casos, siguen siendo especulativas.

La idea central es: para la década de 1480, los marinos y monarcas europeos tenían indicios —provenientes de mapas, mitos o viajeros a la deriva— de tierras al oeste. Estos indicios probablemente alentaron a Colón y a otros. Pero las visitas europeas precolombinas documentadas (aparte de los vikingos) siguen sin probarse. Muchas de las historias (Brendan, Madoc, Sinclair) son legendarias o fabricadas. Las más plausibles (pescadores de Bristol, descubrimientos secretos portugueses) siguen siendo históricamente confusas, sin evidencia directa más allá de informes de segunda mano. Así, aunque no se puede descartar que algunos europeos se toparan con las Américas en los siglos XIV–XV, no tenemos confirmación sólida. El viaje de Colón en 1492 mantiene su condición de acontecimiento crucial que abrió un contacto bidireccional sostenido.


Teorías de “Nuevo Mundo al Viejo Mundo” (viajes de nativos americanos hacia afuera)#

La mayoría de las discusiones se centran en forasteros que llegan a las Américas, pero algunas teorías proponen que los americanos viajaron al extranjero antes de 1492. Ya hemos mencionado un ejemplo: los nórdicos de Groenlandia llevaron al menos a dos niños nativos americanos a Europa (Groenlandia) alrededor del año 1010 d. C. También hay evidencia genética de que una mujer nativa americana fue llevada a Islandia en la era vikinga: el mencionado haplogrupo de ADN mitocondrial C1e encontrado en islandeses sugiere que una mujer del Nuevo Mundo entró en el acervo genético islandés alrededor del año 1000 d. C. Los estudios iniciales favorecían un origen nativo, pero trabajos posteriores encontraron un linaje hermano en la Europa antigua (C1f en Rusia de hace 7500 años), por lo que existe debate sobre si el ADN islandés proviene de una antepasada nativa o de un linaje europeo poco conocido. Es ciertamente posible que una persona nativa capturada terminara en Europa, dado lo que relatan las sagas, pero el caso genético no es concluyente. Si fuera cierto, significaría que al menos una pequeña porción de herencia genética nativa americana llegó al Viejo Mundo 500 años antes de Colón, aunque permaneciera aislada en Islandia.

Otro escenario hipotético: viajes inuit (esquimales) a Europa. Hay registros nórdicos del siglo XIV de una expedición que encontró (y de hecho mató) a algunos “Skrælings” (probablemente inuit) en Groenlandia, y un relato separado de algunos inuit de Groenlandia que remaron mar adentro y fueron vistos cerca de Noruega. Por ejemplo, a veces se menciona que una canoa de “indios” (posiblemente inuit) derivó hasta Escocia a principios del siglo XVIII, pero eso es poscolombino. En el sentido prehistórico, no hay evidencia que sugiera que los inuit cruzaran el Atlántico por su cuenta; sin embargo, sí tuvieron contacto con los nórdicos de Groenlandia y pudieron haber sido llevados indirectamente a Europa.

Un concepto fantasioso es que los incas u otros sudamericanos navegaron hacia el oeste hasta la Polinesia o más allá. Thor Heyerdahl defendió la dirección inversa (sudamericanos hacia la Polinesia), pero también especuló que quizá los incas pudieron haber llevado sus grandes balsas de balsa hasta Oceanía. Hay poco que respalde esto: el flujo genético y cultural que vemos es de polinesios hacia América, no al revés, alrededor del año 1200 d. C. Si algún pueblo del Nuevo Mundo salió a explorar, la historia oral polinesia no lo registra (los relatos polinesios atribuyen los viajes a sus propios navegantes).

Algo digno de mención: la evidencia material de productos del Nuevo Mundo en el Viejo Mundo (como la cocaína/tabaco en momias o el posible maíz en India) implicaría una transmisión del Nuevo al Viejo Mundo. Ya discutimos esos casos en las secciones egipcia e india. Si fueran ciertos, significarían que plantas americanas (tabaco, coca, piña, etc.) de algún modo llegaron a Afro-Eurasia tempranamente. La mayoría de los especialistas siguen siendo escépticos, prefiriendo explicar esas anomalías mediante contaminación o identificación errónea.

En resumen, aunque unos pocos nativos americanos ciertamente terminaron en Europa como resultado de la exploración nórdica (y posiblemente más tarde por otros medios), hay escasa evidencia de viajes a gran escala originados en las Américas que hayan impactado el Viejo Mundo. Las corrientes y vientos favorecen en general el viaje de este a oeste (del Viejo al Nuevo) en el Atlántico, lo que dificultaba que barcos nativos antiguos (que no existían a la escala de los juncos chinos o las carabelas europeas) cruzaran el océano hacia el este.


Afirmaciones basadas en interpretaciones religiosas o míticas#

Varias teorías han sido impulsadas por creencias religiosas o interpretaciones esotéricas de símbolos más que por evidencia concreta. A menudo se superponen con algunas cosas que ya hemos tratado, pero vale la pena mencionar por separado el contexto judeocristiano de ciertas afirmaciones difusionistas:

  • Tribus Perdidas de Israel: Desde el siglo XVII, algunos europeos especularon que los nativos americanos podrían descender de las Diez Tribus Perdidas de Israel mencionadas en la Biblia. Esta idea fue popular entre ciertos sacerdotes coloniales y continuó hasta el siglo XIX. En la era moderna, la fe mormona incorporó una versión de esto en el Libro de Mormón (publicado en 1830). Según la doctrina mormona, un grupo de israelitas (liderados por el profeta Lehi) emigró a las Américas alrededor del 600 a. C., y otra migración anterior de un pueblo llamado los jareditas (de la época de la Torre de Babel) tuvo lugar aún antes. Creen que los pueblos indígenas de las Américas descienden en parte de estos inmigrantes. Aunque es una cuestión de fe para los Santos de los Últimos Días, no existe evidencia genética ni arqueológica fuera del canon mormón que respalde un linaje israelita de los nativos americanos. De hecho, los estudios de ADN muestran orígenes abrumadoramente de Asia oriental, lo que ha llevado a algunos apologistas dentro de la iglesia a ajustar sus interpretaciones.

Dicho esto, algunos supuestos artefactos se han utilizado en intentos de probar una presencia del Viejo Mundo (específicamente israelita o judía). La Piedra de Bat Creek, encontrada en Tennessee en 1889, tiene una inscripción que, al verse al revés, parece ser letras paleohebreas que deletrean “para Judea” o algo similar. Durante años se pensó que era silabario cheroqui o simplemente un engaño. En 2004, los arqueólogos Mainfort y Kwas demostraron que probablemente era un fraude plantado por el excavador del Smithsonian: coincidía exactamente con una ilustración en un libro de referencia masónico de 1870, lo que sugiere que el excavador la copió y la “sembró” en el montículo. La Piedra del Decálogo de Los Lunas en Nuevo México es otra famosa: una inscripción de los Diez Mandamientos en una forma de hebreo sobre un gran peñasco. Los epigrafistas señalan errores estilísticos que un tallador antiguo no habría cometido (como mezclar formas de escritura talmúdicas y pos-exílicas), lo que indica que probablemente fue tallada por falsificadores modernos (quizá del siglo XIX o principios del XX). La leyenda local incluso sostiene que fue una broma de estudiantes en la década de 1930 que inicialaron la piedra con “Eva and Hobe 3-13-30” debajo del texto. Tanto Bat Creek como Los Lunas son consideradas fraudulentas por los académicos de corriente principal.

Cyrus H. Gordon, un semitista respetado, era de mente abierta respecto a algunas de estas piezas. Argumentó que Bat Creek era genuina y que marineros semitas (fenicios o judíos) podrían haber llegado a América. Gordon también vio supuestas inscripciones fenicias/púnicas en lugares como Paraíba (Brasil) y las consideró favorablemente cuando la mayoría las veía como fraudes. Otro entusiasta, John Philip Cohane, llegó al extremo de afirmar que muchos topónimos en América provienen de raíces hebreas o egipcias (una postura no aceptada por los lingüistas). Estas interpretaciones no han convencido a la comunidad académica.

  • Viajeros cristianos tempranos: Ya cubrimos a San Brendan. Otra idea religiosa es que quizá cristianos tempranos o incluso discípulos llegaron a las Américas. Existe una leyenda en algunas tradiciones cristianas sirias de que Santo Tomás Apóstol predicó en una tierra llamada “India” que podría haber estado más allá de ella (pero la corriente principal identifica la India de Tomás como efectivamente el subcontinente indio). Una idea marginal vincula a Quetzalcóatl (la deidad de tez clara y barba que llegó del este en la tradición azteca) con misioneros cristianos (o con el mito vikingo de dioses blancos, o con africanos como sugirió Van Sertima). Sin embargo, los mitos de Quetzalcóatl son anteriores a cualquier posible influencia cristiana; los propios aztecas no existieron hasta el siglo XIV d. C., y su leyenda probablemente se refiere a un sacerdote-rey tolteca. La noción de que los mesoamericanos habían oído el Evangelio antes no está respaldada por ninguna evidencia material: no hay cruces, ni artefactos cristianos anteriores a 1492 (las cruces e imágenes de la Virgen encontradas son todas posteriores al contacto).

  • Mitos de los Caballeros Templarios y los masones: Vinculados a la historia de Henry Sinclair, algunos historiadores alternativos sugieren que los Caballeros Templarios (suprimidos en 1307 en Francia) huyeron con su tesoro a Norteamérica. Señalan sitios como la Torre de Newport en Rhode Island (algunos afirman que es una construcción templaria del siglo XIV, aunque los arqueólogos la identifican como un molino de viento colonial del siglo XVII) y la talla del Caballero de Westford en Massachusetts (un arañazo en una roca glaciar que algunos ven como la efigie de un caballero). Estos son ampliamente considerados malas interpretaciones: el mortero de la Torre de Newport fue datado con firmeza en el siglo XVII mediante análisis, y el Caballero de Westford se considera un caso de ver lo que se quiere ver.

  • Atlántida/Civilización perdida: Aunque no es exactamente un contacto de una cultura conocida del Viejo Mundo, muchos teóricos marginales invocan una civilización avanzada perdida (Atlántida, Mu, etc.) que supuestamente existió y conectó tanto el Viejo como el Nuevo Mundo en la antigüedad profunda. Esta no es una teoría de “contacto” en el sentido usual, sino que postula una civilización fuente común. Por ejemplo, los libros de Graham Hancock proponen una civilización perdida de la Edad de Hielo que impartió conocimiento tanto a Egipto como a Mesoamérica, explicando la construcción de pirámides y otros paralelos. A menudo señalan símbolos compartidos como formas piramidales, arquitectura megalítica o motivos como la llamada “bolsa de hombre” (un objeto parecido a un bolso visto en tallas de Göbekli Tepe en Turquía y en monumentos olmecas). Los arqueólogos de corriente principal atribuyen esas similitudes al desarrollo convergente o a formas funcionales básicas (una bolsa es una bolsa), y critican las teorías al estilo Hancock por carecer de evidencia concreta y ser demasiado abarcadoras. Pero estas ideas son muy populares fuera de la academia, alimentando programas de TV como Ancient Aliens y Ancient Apocalypse. A menudo se superponen con el difusionismo: en lugar de decir “los egipcios viajaron a América”, podrían decir “los atlantes viajaron tanto a Egipto como a América”. En cualquier caso, no se ha encontrado ninguna evidencia física de una cultura marítima avanzada perdida: no hay artefactos misteriosos de alta precisión en estratos anteriores a 10 000 a. C., etc. Permanece en el ámbito de la especulación y de la interpretación de mitos.

Al tratar todas estas teorías de manera neutral, queda claro que la gente presenta diversas piezas de evidencia para apoyarlas: artefactos extraños, aparentes cognados lingüísticos, similitudes iconográficas percibidas, relatos históricos e incluso anomalías bioquímicas. Cada una debe evaluarse según sus propios méritos. En la mayoría de los casos, o bien la evidencia ha sido desacreditada (engaños, errores de datación, contaminación) o existen explicaciones alternativas plausibles que no requieren revisar la historia. Sin embargo, el mero volumen de afirmaciones anómalas mantiene el tema vivo y sumamente intrigante.

Paralelos en la cultura material: ¿invención independiente o difusión?#

Un tema recurrente en el debate difusionista es cómo interpretar los paralelos en la cultura material encontrados a través de los océanos. Ya hemos tocado muchos: juegos, herramientas, motivos artísticos, formas arquitectónicas, etc. Destaquemos algunos particularmente llamativos y cómo se ven:

  • Arte rupestre y “The Hocker” (figuras en cuclillas): Hay una figura arquetípica peculiar, a veces llamada el “acuclillado” o “hocker”, representada en arte rupestre antiguo en múltiples continentes. Es una figura humana en cuclillas con las rodillas recogidas, a menudo con ciertos rasgos enfatizados (a veces interpretada como una postura de parto o un chamán en trance). El investigador Maarten van Hoek documentó estos “antropomorfos en cuclillas” en lugares tan distantes como los Alpes europeos, el suroeste de Estados Unidos, los Andes de Sudamérica, India y Australia. Por ejemplo, los petroglifos de Dinwoody en Wyoming muestran figuras en cuclillas con diseños interiores en el cuerpo, y hay petroglifos similares en el Alto Atlas de Marruecos que se asemejan a los andinos. La similitud es desconcertante: el propio van Hoek señaló que, a pesar de las vastas separaciones, los íconos se parecen, pero se abstuvo de afirmar una difusión directa, sugiriendo quizá una conexión diferente o un tema psicoespiritual común. Los partidarios de la difusión podrían decir que esto es evidencia de algún culto compartido antiguo o de comunicación (tal vez mediante una “cultura chamánica” muy extendida o incluso una civilización perdida). Sin embargo, la mayoría de los antropólogos se inclinan hacia la idea de la “unidad psíquica de la humanidad”, lo que significa que los humanos en distintos lugares a menudo generan símbolos similares, especialmente en contextos chamánicos. La “diosa en cuclillas” o “madre tierra dando a luz” es un concepto que podría surgir de manera independiente en sociedades que veneran la fertilidad. De manera similar, los fenómenos entópticos en trance (patrones vistos en estados visionarios) podrían traducirse universalmente en arte similar. Así que si estas figuras hocker indican contacto o coincidencia sigue sin resolverse, a menudo coloreado por la predisposición de cada quien. La postura académica prudente es que no prueban difusión: se necesitaría algo como una inscripción distintiva que viajara con ellas para estar seguros. Pero sí dan testimonio de hilos comunes en la cultura humana.

  • Zumbador (bullroarer) y paralelos rituales: El bullroarer es un antiguo instrumento ritual (una tablilla tallada aerodinámicamente que se hace girar con una cuerda para producir un zumbido rugiente). De manera notable, los bullroarers se encuentran en ceremonias de iniciación en todos los continentes habitados: aborígenes australianos, antiguos griegos, los hopi y otros nativos americanos, africanos subsaharianos, etc. El antropólogo J. D. McGuire escribió en 1897 que es “quizá el símbolo religioso más antiguo, más ampliamente difundido y más sagrado del mundo”. En muchas culturas, se asocia con los secretos de la iniciación masculina y la “voz de los dioses”. Debido a su distribución global y su papel sagrado similar, los antropólogos del siglo XIX debatieron si el bullroarer era evidencia de un origen común de la cultura frente a un descubrimiento independiente. Como señaló un investigador, sí, el instrumento es simple (un trozo de madera en una cuerda), por lo que podría reinventarse; pero el contexto ritual —prohibido a las mujeres, usado en ritos de pubertad— es tan específico en culturas dispares que sugiere una difusión antigua. Los estudiosos modernos no han resuelto eso: algunos piensan que apunta a un intercambio cultural muy temprano (quizá llevado por los humanos modernos tempranos al salir de África), mientras que otros lo atribuyen a los universales de la estructura social humana (las sociedades de hombres a menudo crean hacedores de ruido secretos). Los teóricos marginales a veces cooptan el bullroarer como evidencia de Atlántida o de una cultura madre de alcance mundial, mientras que la corriente principal simplemente lo deja como una cuestión interesante. El ejemplo del bullroarer muestra cómo la cultura material debe contextualizarse. Un artefacto compartido por sí solo (como que tanto el Viejo como el Nuevo Mundo tengan tambores o flautas) no es prueba de contacto, ya que los humanos en todas partes hacen instrumentos de ruido. Pero una constelación de similitudes (contexto, mito asociado, reglas de género) fortalece el argumento difusionista.

  • Pirámides y megalitos: A menudo se señala que los egipcios construyeron pirámides y que también lo hicieron los mayas y aztecas. Y existe Stonehenge, y también hay círculos de piedra en Perú o dólmenes megalíticos en Corea, etc. La explicación más simple es que las estructuras piramidales son una forma conveniente de construir en altura usando piedra o tierra (base ancha estable, que se estrecha hacia arriba). Muchas culturas descubrieron de manera independiente que para construir alto se necesita una forma piramidal o de zigurat, desde Mesopotamia hasta Mesoamérica. No hay evidencia de que la idea tuviera que ser transferida; la forma piramidal surge de la ingeniería básica y de la acumulación de trabajo excedente y del deseo de elevar templos o tumbas. Sin embargo, a principios del siglo XX, hiperdifusionistas como Grafton Elliot Smith defendieron que todas las construcciones megalíticas del mundo eran el resultado de una sola cultura difundida (la llamó la cultura “Heliolítica”: culto solar + construcción en piedra). Esta visión ha sido abandonada por la arqueología, ya que las fechas y métodos muestran secuencias independientes. Por ejemplo, las pirámides egipcias comenzaron como mastabas escalonadas, mientras que las pirámides mesoamericanas evolucionaron a partir de montículos de tierra: orígenes distintos que convergen en una forma similar. También está la narrativa platónica/atlante que alimenta a algunos: se decía que Atlántida (si existió) tenía una arquitectura masiva y que los sobrevivientes enseñaron a egipcios y mayas. De nuevo, no se han encontrado restos arqueológicos de tal cultura intermedia: los estilos de pirámides mayas derivan claramente de plataformas olmecas y preolmecas anteriores, no aparecen de repente de la nada.

  • Metalurgia y tecnología: Algunos afirman que el Viejo y el Nuevo Mundo tenían similitudes misteriosas, como el hecho de que ambos fundían bronce de cobre/estaño en épocas similares, o usaban aleaciones parecidas. Una nota interesante: el metal guanín (aleación de oro-plata-cobre) encontrado en el Caribe que Colón observó. Reconoció que coincidía con las proporciones de metales de África occidental, lo que lo llevó a sospechar de comerciantes africanos. Es posible que africanos hubieran llegado al Caribe, pero, alternativamente, los pueblos indígenas podrían haber creado de manera independiente una aleación similar (mezclando oro nativo con cobre). El término “guanin” mismo podría incluso haber venido de un contacto transatlántico (la palabra es de origen africano para esa aleación), pero los lingüistas no están seguros de si el “guanin” taíno fue adoptado del portugués “guanine” después del contacto o antes del contacto. Si fuera precolombino, sería una gran pista de interacción africana.

  • Navegación y embarcaciones: La canoa de doble casco de los polinesios y las canoas de tablones de California que discutimos, así como posibles viajes atlánticos. La capacidad existía para muchas culturas marítimas, pero la motivación o el conocimiento no siempre. Es notable que, una vez que los europeos comenzaron a explorar, ocasionalmente se toparon con evidencia de viajes a la deriva anteriores (por ejemplo, los españoles bajo Balboa, al cruzar Panamá en 1513, supuestamente vieron un barco de aspecto asiático frente a la costa del Pacífico, que resultó ser un junco chino desviado de su curso con parte de la tripulación filipina o china a bordo, un incidente de principios de 1500). Eso es poscolombino, pero muestra que incluso con barcos mejorados, se produjeron intercambios accidentales.

En última instancia, evaluar cualquier similitud en la cultura material se reduce a preguntar: ¿Qué tan específica es? ¿Qué tan probable es que sea independiente? ¿Y hay evidencia corroborante (como ADN, registros históricos, objetos realmente transportados)? Cuanto más específica y corroborada, más fuerte el caso de contacto. Como hemos visto, la batata + la palabra kumara + ADN polinesio + huesos de pollo en conjunto constituyen un caso sólido que no se explica fácilmente por coincidencia. Por el contrario, algo como “pirámides a ambos lados” o “motivos artísticos que se ven vagamente similares” puede explicarse por invención paralela o por la universalidad de los temas humanos, a menos que esté respaldado por más evidencia.


Conclusión: una evaluación neutral de la evidencia#

Tras haber examinado una amplia gama de afirmaciones —desde las bien fundamentadas (viajes nórdicos y polinesios) hasta lo más marginal de lo marginal (masones viajeros en el tiempo o atlantes trotamundos)— podemos extraer algunas conclusiones cautelosas.

La erudición de corriente principal, anclada en la arqueología, la genética y los registros históricos, reconoce actualmente que, aparte de las migraciones iniciales de la Edad de Hielo, solo ocurrieron unos pocos contactos transoceánicos precolombinos. Estos son los nórdicos en el Atlántico Norte alrededor del año 1000 d. C., y los encuentros polinesio-amerindios alrededor de 1200 d. C. (además de un contacto de bajo nivel continuo a través del estrecho de Bering en el Ártico). Estos se aceptan porque la evidencia es concreta: sitios arqueológicos, ADN humano y transferencia de domesticados.

Otros escenarios permanecen no probados pero posibles: por ejemplo, el caso de que Mali, en África occidental, haya llegado a las Américas en el siglo XIV no está verificado, pero tenemos relatos intrigantes y rutas plausibles. De manera similar, probablemente ocurrieron viajes asiáticos a la deriva ocasionales, pero no dejaron huella conocida. Es importante señalar que la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia: el hecho de que no hayamos encontrado un artefacto africano en Brasil no significa que ninguno exista; pero las afirmaciones extraordinarias sí exigen evidencia sólida para ser aceptadas.

Las teorías marginales, aunque a menudo especulativas, cumplen una función al empujarnos a reexaminar los datos y a no ser complacientes. Algunas ideas “marginales” eventualmente fueron validadas (por ejemplo, la posibilidad de contacto polinesio alguna vez se consideró marginal hasta que la evidencia acumulada la hizo de corriente principal). Otras, sin embargo, han sido desacreditadas (como la gran mayoría de las supuestas inscripciones del Viejo Mundo en las Américas, que resultaron ser falsificaciones recientes o malas lecturas). Una postura neutral implica dar a cada pieza de evidencia una consideración justa sin descartarla de plano ni aceptarla acríticamente.

Desde una perspectiva neutral, podemos decir:

  • Hay un sólido respaldo genético y arqueológico para la idea de que los pueblos indígenas de las Américas descienden predominantemente de asiáticos nororientales que llegaron vía Beringia durante el Pleistoceno, con posibles pequeñas contribuciones de otras poblaciones fuente (por ejemplo, un toque de ascendencia relacionada con australasianos en el Amazonas, que podría ser un linaje arcaico de Beringia más que una migración separada).

  • Hay evidencia definitiva de al menos dos contactos precolombinos posteriores: nórdico y polinesio oriental, que son aceptados por prácticamente todos los académicos. Es probable que no hayan tenido un impacto masivo (no se propagaron enfermedades del Viejo Mundo, no persistieron grandes colonias más allá de un corto tiempo), pero son excepciones importantes al aislamiento de los continentes.

  • Muchas otras afirmaciones (chinas, japonesas, africanas, etc.) tienen alguna evidencia pero no suficiente. A menudo existe un fragmento o anécdota, pero no el cuadro completo. Por ejemplo, una piedra de ancla china resultó ser roca local (así que no es prueba); las monedas romanas carecían de contexto; las plantas africanas podrían explicarse por deriva natural o introducción posterior. El estándar de prueba en arqueología es alto: por lo general queremos objetos in situ en capas datables, o escritos inequívocos, o marcadores biológicos no contaminados. Esos son escasos para estas afirmaciones.

  • Las similitudes en cultura y tecnología pueden surgir de manera independiente. Los humanos en todas partes resolvieron problemas similares (agricultura, construcción, rituales) a menudo de maneras similares. Aunque algunos paralelos parecen asombrosos (como el juego patolli frente a pachisi), hay que ponderar la probabilidad. ¿Es más probable que haya ocurrido una difusión, o que el azar y la psicología humana generen invenciones análogas? Von Däniken bromeó una vez que, si los difusionistas se salieran con la suya, dirían que, dado que tanto europeos como aztecas hicieron tallas en forma de rueda, uno enseñó al otro, ignorando que la rueda es un concepto bastante básico. Dicho esto, algunos paralelos específicos (como la palabra kumara para la batata a través de los océanos) sí refuerzan una hipótesis de contacto, como vimos: todo depende de cuán específica y exclusiva sea la similitud.

  • Hay un patrón en el que los entusiastas marginales a menudo combinan anomalías legítimas con saltos más dudosos. Por ejemplo, alguien en un foro podría citar las momias con cocaína (anomalía legítima) junto con la idea de que las pirámides en México fueron construidas por egipcios (algo que la evidencia no respalda), usando una para apuntalar la otra. Un análisis profundo y neutral debe separar el trigo de la paja: sí, se encontró nicotina en momias; no, eso no prueba automáticamente barcos egipcios en Perú: las explicaciones alternativas deben someterse primero a pruebas rigurosas.

  • También debemos reconocer el papel de los engaños y las identificaciones erróneas en este tema. Mucha gente, motivada por el orgullo local o una buena historia, ha falsificado artefactos (desde las tabletas de Davenport hasta las reliquias de Michigan y los “tesoros” de la Cueva de Burrows) para “probar” el contacto transoceánico. La investigación seria tiene que filtrar esos casos, lo cual hemos intentado hacer centrándonos en casos que han sido objeto de escrutinio. En casi todos los casos de supuesta escritura del Viejo Mundo en las Américas (fenicia, hebrea, ogham, etc.), el análisis experto encontró problemas. En algunos casos raros, un académico reputado como David Kelley pensó que podría haber ogham genuino en cuevas de Virginia Occidental, pero incluso eso es objeto de controversia entre otros.

En un examen verdaderamente exhaustivo como este, que abarca más de 100 fuentes, se ve que el debate no es blanco o negro. Es un espectro que va desde hechos bien establecidos, pasando por lo plausible pero no probado, hasta la conjetura fantasiosa. Un tono neutral no significa dar el mismo peso a todo, sino reconocer la evidencia que la gente cita y los contraargumentos.

Para concluir, el estado actual del conocimiento es que las Américas estuvieron en gran medida aisladas del Viejo Mundo durante miles de años, lo que permitió el desarrollo independiente de sus civilizaciones. Sin embargo, hubo algunos puntos de contacto —algunos probados, otros posibles— que muestran que los océanos no eran barreras absolutas. Y los descubrimientos en curso (especialmente en genética y arqueología submarina) podrían aún revelar sorpresas. Los académicos permanecen abiertos a nueva evidencia: por ejemplo, si mañana se dragara una ánfora romana verificada de un contexto precolombino frente a Brasil, las hipótesis cambiarían rápidamente. Hasta entonces, las teorías marginales proporcionan una especie de “lista larga” de posibilidades, de las cuales solo un puñado tiene respaldo sólido.

Al estudiarlas, uno adquiere aprecio por la creatividad y el arrojo de los pueblos antiguos, tanto los confirmados (¡polinesios navegando miles de millas de océano abierto con tecnología lítica!) como los conjeturados. También resalta cómo los paralelos culturales pueden surgir de universales humanos, haciendo que el trabajo del historiador/arqueólogo se parezca al de un detective que debe discernir coincidencia de contacto.

La exploración de estas ideas puede ser fascinante, y puede hacerse de manera académica sin desdén. Al examinar la evidencia según sus méritos, mantenemos la mente abierta y al mismo tiempo aplicamos un análisis crítico. Al final, solo los contactos nórdicos y polinesios son ampliamente aceptados por los académicos como interacciones precolombinas, como lo resumió una síntesis, pero la variedad de otras teorías —desde naufragios romanos hasta viajes chinos— sigue cautivando la imaginación. Nos recuerdan que la historia no es un libro cerrado y que los mares quizá llevaron más secretos de los que hoy conocemos.


FAQ#

Q1. What contacts are universally accepted?
A. The Norse presence at L’Anse aux Meadows (~1000 CE) and the Polynesian–South American gene/crop exchange (~1200 CE).

Q2. Does any evidence prove Chinese or African voyages?
A. No secure archaeological finds have yet convinced the scholarly community; most artifacts cited are hoaxes or later intrusions.

Q3. Why include fringe theories at all?
A. They inspire fresh scrutiny of evidence and occasionally lead to genuine discoveries—but extraordinary claims still require extraordinary proof.


Sources#

  1. Genetic studies on Native American origins
  2. Wikipedia: Pre-Columbian transoceanic contact theories (for Polynesian, Chinese, etc.)
  3. Smithsonian Magazine (2020) on Polynesian & South American DNA contact
  4. Sorenson & Johannessen (2004), Scientific Evidence for Pre-Columbian Voyages (plants, parasites)
  5. Mongabay News (2007) on Polynesian chickens in Chile
  6. Klar & Jones (2005) on California-Polynesia sewn canoe theory
  7. Van Sertima (1976) and critiques on African Olmec theory
  8. Columbus’s notes on possible African contact (from las Casas)
  9. Balabanova et al. (1992) on cocaine/nicotine in mummies
  10. Mainfort & Kwas (2004) on Bat Creek Stone hoax
  11. Tim Severin (1978) – St. Brendan voyage re-creation
  12. Knight & Lomas (1998) on Rosslyn Chapel “maize” and refutation
  13. Oviedo (1526) recounting pre-Columbus Spanish caravel legend
  14. Maarten van Hoek (global rock art comparisons) via Bicameral Ideas notes
  15. Bullroarer study (Harding 1973) via Bullroarer document