TL;DR

  • Dos explicaciones especulativas para el pronombre de 1.ª persona del singular n‑/ŋ‑ a nivel mundial:
    (1) conocedor = yo (reflexivo a partir de ‘saber/conocer’) y
    (2) erosión fonética de ǵn‑ en “yo sé”.
  • Ambas requieren difusión del Pleistoceno tardío o herencia ultra‑profunda.
  • Ninguna cuenta con apoyo directo en cambios fonéticos regulares ni en formas intermedias atestiguadas.
  • La tipología muestra que los pronombres rara vez derivan de verbos; los reflexivos suelen surgir de partes del cuerpo.
  • El misterio de la convergencia global de los pronombres, por tanto, sigue sin resolverse.

Antecedentes#

En las familias lingüísticas del mundo, el pronombre de primera persona del singular a menudo contiene un sonido nasal n (alveolar o velar).
Ejemplos incluyen el proto‑papú (PNG) na, el proto‑algonquino ne- /na-, el dravídico nā́n, el sino‑tibetano ŋa, el vasco ni, el semítico ʔanā, etc.

Este patrón es tan extendido que probablemente excede la pura casualidad.

Los lingüistas históricos son escépticos respecto de vincular tales sonidos pronominales a través de tiempos muy profundos debido al rápido cambio lingüístico, pero los pronombres parecen inusualmente estables: en la hipótesis amerindia de Joseph Greenberg, 1sg n y 2sg m habrían persistido en todas las ramas durante ~12 000 años.

Algunos investigadores proponen que los pronombres tal como los conocemos no estaban presentes en el momento de la salida de África, sino que se difundieron meméticamente en algún momento hacia el final del Pleistoceno (10–15 ka).

En otras palabras, el “postulado del pronombre primordial” sostiene que la autoconciencia (y la necesidad de palabras como “yo”) surgió o se difundió relativamente tarde.

A continuación examinamos dos hipótesis especulativas que se han propuesto para explicar el pronombre de primera persona basado en N, ubicuo – una centrada en una innovación semántica (“conocedor = yo”), y otra en un desarrollo fonético (erosión de un antiguo grupo gn-).
Ambas intentan dar cuenta de la llamativa similitud global de las formas pronominales, posiblemente mediante una difusión prehistórica tardía, y ambas enfrentan importantes desafíos probatorios.


Hipótesis 1: Motivación semántica – “Conocedor = Yo”#

Esta hipótesis sugiere que una comunidad prehistórica de habla acuñó un nuevo pronombre reflexivo a partir del concepto “conocerse a sí mismo.”

En esencia, la palabra para “yo” (o “sí mismo”) podría haberse originado como un verbo o un sustantivo verbal que significaba “el que sabe (de sí mismo)”, reflejando un avance en la autoconciencia introspectiva.

Esta idea resuena con la noción de que la verdadera referencia de primera persona — el concepto de un yo autónomo — tuvo que ser inventada lingüísticamente una vez que los humanos se volvieron autoconscientes.

En una cultura que recién empezaba a lidiar con la conciencia subjetiva, una frase como “conocerme a mí mismo” o “autoconocedor” podría plausiblemente reinterpretarse como un sustantivo = “yo mismo”, que acabaría gramaticalizándose en un pronombre para el hablante.

Paralelos translingüísticos#

Aunque no tenemos atestiguación directa de una etimología “yo = conocedor” en lenguas registradas, sí existe precedente de pronombres y reflexivos que surgen de sustantivos concretos y de frases reflexivas.

La tipología lingüística muestra que los pronombres reflexivos a menudo evolucionan a partir de términos de partes del cuerpo mediante metonimia.

Por ejemplo, el vasco usa buru “cabeza” en su construcción reflexiva (literalmente “la cabeza de uno” para “uno mismo”), y más de la mitad de las lenguas del mundo forman reflexivos a partir de palabras como cuerpo, cabeza, piel, alma, etc.

Esto demuestra que significados pronominales abstractos (yo mismo, sí mismo) surgen de manera rutinaria a partir de conceptos concretos relacionados con el propio cuerpo.

Por analogía, derivar un pronombre de un verbo de conocer no es del todo descabellado: sería un salto hacia una fuente abstracta e introspectiva en lugar de una parte del cuerpo concreta, pero encaja con el tema de la autorreferencia (conocerse a sí mismo implica un yo que puede ser conocido).

Si “yo” era un concepto novedoso, moldearlo a partir de “conocedor” produce una autorreferencia semánticamente transparente: yo soy el conocedor (de mí mismo).

Requisitos de difusión y cambio fonético#

Para que “conocedor = yo” explique el patrón global de N, esta innovación probablemente habría ocurrido una sola vez (o unas pocas veces) y luego se habría difundido a través de muchas familias lingüísticas como calco o Wanderwort alrededor de 12–15 ka.

Hay cierto precedente en las lenguas papúas: Malcolm Ross señala que un pronombre de 1sg tipo na barrió Nueva Guinea hacia ~8 000 a. C. meméticamente (sin migración masiva): decenas de familias no emparentadas sustituyeron sus pronombres bajo esta influencia.

Tal préstamo areal de pronombres es raro pero aparentemente posible a escala regional. Una difusión global o pan‑eurasiática sería aún más extraordinaria, implicando una época prehistórica de intensa comunicación intergrupal o un concepto universalmente convincente (quizá ligado a una revolución cúltica o cognitiva, como algunos han teorizado).

Sin embargo, aquí surgen enormes obstáculos de regularidad.

Si una lengua ancestral creó un pronombre a partir de un verbo “conocerse a sí mismo”, necesitaríamos rastrear cambios fonéticos regulares desde esa forma hasta el pronombre atestiguado en cada familia.

Por ejemplo, una forma proto‑eurasiática hipotética como gna (“conocedor/yo”) podría dar lugar al sino‑tibetano ŋa, al dravídico , al afroasiático ʔan(a), al indoeuropeo egʷ‑ (si la nasal velar inicial se convirtió en una oclusiva sonora) y así sucesivamente.

Este escenario exige una cadena muy específica de evoluciones fonológicas en linajes paralelos – esencialmente reconstruir una proto‑palabra para “yo” fuera del método comparativo estándar.

Crucialmente, carecemos de cualquier forma intermedia atestiguada o inscripciones antiguas que muestren una transición de “saber/conocer” a “yo”.

La idea sigue siendo enteramente inferencial.

Como señalan Bancel & Matthey de l’Etang en su estudio sobre el origen de los pronombres, tales propuestas de gran profundidad sufren inevitablemente de un vacío en el registro: hay que postular una “etapa pronominoide” – una forma intermedia entre un lexema normal y un pronombre – pero no sobrevive evidencia directa de tales etapas.

Evaluación

La hipótesis conocedor = yo es sugestiva por la forma en que vincula el cambio lingüístico con la evolución cognitiva.

Encaja en una narrativa en la que la autoconciencia se difundió en la era glacial tardía, impulsando una innovación lingüística para expresar el nuevo concepto de un yo introspectivo.

También se alinea con las tendencias translingüísticas a crear pronombres a partir de palabras existentes para el yo o el cuerpo.

Sin embargo, sigue siendo altamente especulativa.

Depende de una cadena de acontecimientos difícil de verificar: una comunidad prehistórica de habla primero tenía una construcción reflexiva “conocerse a sí mismo”, luego la gramaticalizó en un pronombre, y después esa forma (fonológicamente similar a na/ŋa) de algún modo se difundió a través de continentes.

No contamos con conjuntos de cognados conocidos ni textos antiguos que respalden esta vía, y los pronombres son tan breves y antiguos que la reconstrucción comparativa normal se resiente más allá de unos pocos milenios.

En resumen, la hipótesis semántica es una solución creativa al enigma de los pronombres, pero actualmente carece de evidencia concreta.


Hipótesis 2: Erosión fonética de Ǵn- (como en ǵneh₃ “saber/conocer”) a N-#

La segunda hipótesis aborda más la forma de los pronombres que su significado.

Plantea que la ubicua [n] en los pronombres de primera persona proviene de un antiguo grupo */gn/ (una combinación dorsal + nasal) que perdió su consonante inicial con el tiempo.

En términos prácticos, esto sugiere que una frase o fórmula ancestral como “yo sé (…)” fue reinterpretada, y que la parte gn- acabó siendo entendida como el pronombre mismo después de que el elemento dorsal se erosionara.

El protoindoeuropeo (PIE) ofrece un punto de referencia: la raíz verbal ǵneh₃- significa “saber, reconocer” (cf. latín gnōscō, griego gignṓskō, sánscrito jñā-).

Esta raíz comienza con una g palatalizada (ǵ), que es una consonante dorsal, seguida de n.

Si imaginamos un enunciado prehistórico como “(yo) sé [X]” usado con frecuencia en autoafirmación o identificación, la secuencia inicial de sonidos [ǵn…] podría, con el tiempo, haberse reinterpretado como un marcador autónomo de primera persona.

Esencialmente, gn- > n- mediante desgaste fonético (pérdida del sonido tipo g) produciría un pronombre “n-”.

Esto explicaría elegantemente por qué, en todo el mundo, yo = na/ŋa/etc.: el pronombre sería un fósil de una antigua palabra gnV-.

También proporciona una explicación para la misteriosa pérdida de la consonante dorsal (“caída dorsal”) – un cambio de sonido conocido en algunos contextos – aplicado específicamente a un antiguo pronombre gn-.

Por ejemplo, algunos han especulado que el PIE (e)g “yo” (como en ego) podría derivar de un sonido aún más antiguo */ŋ/ o /ɣ/, que podría estar relacionado con un grupo como [gʲn] suavizándose a [ŋ] o [n].

Bajo este escenario, las lenguas que tienen [ŋ] para “yo” (p. ej., dialecto chino ŋo, birmano ŋa) habrían preservado una nasal con un rastro de articulación dorsal, mientras que las lenguas con una [n] simple (p. ej., árabe anaa, quechua ño- en enclíticos) habrían perdido por completo el elemento dorsal.

La hipótesis de erosión fonética pinta la similitud global de los pronombres como una especie de resultado paralelo de leyes fonéticas, enraizado en una secuencia fonética común gn-.

Examen de la evidencia#

Para que esta hipótesis sea sostenible, esperaríamos encontrar otros reflejos de un cambio inicial gn- > n- en las lenguas o familias respectivas.

Los cambios de sonido son regulares: una lengua que elimina /g/ inicial ante /n/ debería hacerlo en todo su léxico.

¿Encontramos palabras no relacionadas en las que un antiguo grupo gn se haya convertido en n? En general, no las encontramos.

Las lenguas indoeuropeas, por ejemplo, no pierden de manera uniforme la g en grupos gn- – el latín, el griego, el sánscrito, etc. conservaron la g (latín gnātus “nacido”, gnōscere “saber/conocer” con [gn] intacto, griego gnósis, sánscrito jñā- con [gʲ] o similar).

Solo mucho más tarde algunas lenguas hijas simplificaron el grupo (francés naître < latín gnāscor, o la k muda en inglés kn- que es un cambio específico del germánico).

No hay evidencia en protoindoeuropeo de una poda temprana “gn > n” que pudiera haber producido na a partir de gna.

Lo mismo ocurre en otras familias: no vemos una caída aleatoria de g- en palabras para conceptos comunes como “rodilla” (PIE ǵenu- > latín genu, sánscrito jánu-), que deberían haberse vuelto de base n si hubiera operado una ley fonética generalizada.

En resumen, la eliminación de la consonante dorsal parece ad hoc – invocada solo para resolver el rompecabezas de los pronombres, no atestiguada como una regla fonológica general en esas protolenguas.

Esto debilita significativamente la hipótesis.

Sugiere que, si gn → n ocurrió, no fue un cambio regular a nivel de familia, sino más bien una reinterpretación puntual específica del contexto pronominal.

Pero la reinterpretación de pronombres a partir de verbos es en sí misma inusual: típicamente, los pronombres provienen de pronombres más antiguos o quizá de demostrativos, no de raíces verbales.

Como observó el lingüista Lyle Campbell, los pronombres se encuentran entre los elementos más estables del vocabulario básico y tienden a no ser sustituidos ni creados de cero en el cambio lingüístico normal.

Proponer que los pronombres de continentes enteros surgieron de una frase verbal mal segmentada estira nuestra comprensión de la evolución gramatical.

Problemas de propagación global#

Incluso si imaginamos una lengua (digamos, una protolengua eurasiática del final de la glaciación) en la que una frase “yo sé” como [ə ǵnə…] se redujo a = “yo”, ¿cómo se difundió esta forma por todo el mundo?

Nos enfrentamos de nuevo al problema de la difusión: o bien esa protolengua tuvo muchos descendientes (un escenario de macro‑familia), o bien la forma fue tomada en préstamo entre grupos no emparentados.

La vía genealógica (una sola “Proto‑Mundo” o al menos una palabra proto‑nostrática ŋa = yo) es muy debatida: los comparatistas de largo alcance sí señalan que los pronombres reconstruidos en eurasiático o nostrático a menudo contienen n o m, y algunos proponen que estos pronombres proceden en última instancia de términos de parentesco primordiales como na-na “madre/progenitor”.

Sin embargo, incluso esas teorías (que vinculan el indoeuropeo egʰom, el urálico minä, el altaico bi/na, el dravídico nā́n como cognados lejanos) no requieren específicamente un origen en un verbo “saber/conocer”; más bien, invocan raíces tempranas de parentesco o deícticas (mamá, nana, etc.) como fuentes.

En contraste, la hipótesis de la erosión de gn- no forma parte estándar de estas etimologías de largo alcance; parece más una explicación ad hoc para la correspondencia fonética (cómo una forma proto‑supuesta con gn podría dar las formas atestiguadas con solo n).

Si la forma gna/ŋa para “yo” fue realmente proto‑sapiens o una palabra muy antigua, probablemente ya era un pronombre o partícula pronominal en esa etapa – no estaba explícitamente ligada al significado “saber/conocer”.

En otras palabras, para aceptar una erosión fonética global, casi hay que asumir un pronombre ancestral común ŋa (con ŋ reflejando, si acaso, un grupo gn anterior).

Pero, como se ha señalado, mantener un solo pronombre a lo largo de decenas de milenios es extremadamente difícil de conciliar con las tasas de cambio conocidas – a menos que ese pronombre se haya reintroducido o reforzado mediante una difusión posterior.

Otra expectativa de la hipótesis gn sería que algunas lenguas preservaran la forma completa gn- en su pronombre si la erosión fuera incompleta.

¿Vemos algún pronombre de primera persona que comience con g o k + nasal que pudiera ser un fósil? En unos pocos casos, sí: por ejemplo, el proto‑esquimo‑aleutiano tenía ŋa- para “yo” (nasal velar), y algunas reconstrucciones del proto‑afroasiático sugieren *ʔanaku ~ (ʔ)anak para “yo” (donde anak podría segmentarse como an- más un sufijo).

El egipcio ink “yo” tiene una consonante velar k añadida.

Pero estos vínculos son especulativos: ninguna de estas formas deriva claramente de una raíz gno/saber en esas lenguas.

Podrían ser igual de bien desarrollos internos o adiciones (p. ej., la k en el egipcio ink suele interpretarse como un elemento copular, no como parte del tema pronominal).

En última instancia, la ausencia de cualquier rastro de cognados de “saber” en familias dispares (las palabras sino‑tibetanas para “saber” son completamente diferentes, las raíces afroasiáticas para “saber” son distintas, etc.) indica que, si una fórmula “yo sé” fue la fuente, no dejó otro rastro lingüístico.

Solo sobrevivió el pronombre, despojado de su significado verbal original – un fantasma de gnō- que vaga por las lenguas del mundo.

Esto hace que la hipótesis de erosión fonética sea bastante infalsificable (siempre podemos decir “ocurrió y borró toda la demás evidencia”), pero también poco convincente para los lingüistas, que prefieren que un cambio esté respaldado por patrones más amplios.

Como señalan con ironía Bancel et al., aportar evidencia tipológica normal para un cambio sin precedentes (como que términos de parentesco o verbos se conviertan en pronombres) es “imposible de satisfacer” porque los pronombres casi nunca cambian de esa manera en el tiempo observable.

Evaluación

La hipótesis de erosión ǵn > n aborda de manera ingeniosa una pieza del rompecabezas: por qué tantos pronombres de primera persona comparten una consonante nasal desnuda.

Invoca un mecanismo fonético concreto que podría producir ese resultado a partir de una forma más compleja.

Sin embargo, la hipótesis se queda corta en términos empíricos.

No se alinea con los cambios fonéticos regulares conocidos (no hay un patrón global de pérdida de dorsales ante nasales fuera de este contexto), y requiere un salto de reinterpretación gramatical (verbo → pronombre) que es esencialmente sin precedentes en la historia lingüística documentada.

Sin evidencia independiente (como palabras cognadas para “saber” que se conviertan en pronombres en múltiples familias, o pronombres fósiles gn- en textos antiguos), debemos tratarla como una interesante historia post hoc más que como un relato verificado.

Incluso los defensores de la relación de largo alcance entre pronombres no han argumentado específicamente a favor de un origen “yo sé”; tienden a preferir llamadas de parentesco antiguas (mamá, nana) o sonidos deícticos como fuente primordial.

En resumen, la idea de la erosión fonética podría explicar la pérdida de la g (dorsal) si se asume una forma inicial gn, pero tiene dificultades para explicar por qué esa forma existía en primer lugar o cómo se propagó por todas partes.

También se basa, en última instancia, en la noción de una difusión tardía o una herencia extremadamente antigua de una sola forma pronominal, algo que la lingüística dominante considera difícil de aceptar.


Reflexiones finales#

Ambas hipótesis – “conocedor = yo” y erosión de gn‑ – se adentran en un territorio especulativo para resolver lo que se ha llamado “la conspiración de los pronombres”: los temas pronominales llamativamente similares que se encuentran en todo el globo.

La hipótesis semántica se apoya en fuerzas de evolución cultural, imaginando que una nueva idea (el yo como sujeto cognoscente) dio origen a un nuevo pronombre que se difundió junto con la autoconciencia humana en la última Edad de Hielo.

La hipótesis fonética se apoya en fuerzas internas a la lengua, proponiendo que distintas lenguas convergieron en un pronombre en n debido al desgaste de una secuencia de sonidos compartida (gn) en un contexto común (“yo sé”).

Cabe señalar que una tercera línea de investigación (no planteada explícitamente aquí) ha sido la “hipótesis del parentesco”, según la cual las consonantes universales m, n, t de los pronombres podrían derivar en última instancia de términos de parentesco primordiales como mama (madre), nana (abuelo/abuela), tata (padre) que luego se reutilizaron como marcadores de persona.

Esa hipótesis también reconoce una falta de evidencia intermedia (ninguna etapa clara en la que “mama” signifique explícitamente “yo”), pero señala que los términos de parentesco comparten de manera única algunas propiedades pragmáticas con los pronombres (referencia cambiante según el hablante).

En todos los casos, vemos cuán extraordinario es el rompecabezas de los pronombres: explicarlo puede requerir escenarios extraordinarios – ya sea una gramaticalización radical o un vasto evento memético en la prehistoria humana.

Los lingüistas históricos de la corriente principal tienden a atribuir las semejanzas globales de los pronombres a alguna mezcla de azar, simbolismo sonoro y restricciones fisiológicas (p. ej., [m] y [n] se encuentran entre las consonantes más fáciles y estables para los humanos, especialmente para los infantes).

Advierten que invocar un único ancestro hace ~15 000+ años, o una difusión posterior, rebasa los límites probatorios del método comparativo.

De hecho, para tomar en serio una difusión global reciente, hay que creer o bien que nuestros ancestros salieron de África sin pronombres y los inventaron después, o bien aceptar que los pronombres pueden resistir la sustitución durante decenas de milenios – cualquiera de las dos posturas es controvertida.

Las hipótesis aquí discutidas intentan dar sentido a los datos sin violar abiertamente las “leyes” lingüísticas: la Hipótesis 1 sugiere que los humanos no tenían pronombres de primera persona hasta que una chispa cultural los encendió (de modo que no se requiere una preservación ultra‑profunda), y la Hipótesis 2 sugiere que los pronombres sí existían pero en otra forma (resolviendo el desajuste fonético mediante un cambio regular).

Ninguna de las dos hipótesis cuenta con confirmación directa: siguen siendo conjeturas audaces que estimulan más investigación (y debate) sobre lo que los pronombres pueden decirnos acerca del pasado humano.

Por ahora, el misterio del pronombre en N perdura, invitándonos a imaginar una época en la que quizá una nueva palabra – la palabra para “yo” – fue la mayor invención de todas.


Preguntas frecuentes (FAQ)#

P 1. ¿Existe alguna lengua documentada en la que “yo” se etimologice literalmente como “conocedor”?
R. Ninguna lengua atestiguada muestra una derivación directa de yo a partir de saber/conocer; la propuesta sigue siendo totalmente especulativa y carece de etapas intermedias o cadenas de cognados que la respalden.

P 2. ¿Las lenguas llegan a tomar prestados los pronombres personales?
R. Rara vez, pero la evidencia papúa muestra un préstamo regional del 1sg na, lo que implica que la difusión memética de formas pronominales puede ocurrir bajo contacto intenso.

P 3. ¿Por qué tantos pronombres usan m y n de todos modos?
R. Estas nasales se adquieren tempranamente, son fonemas muy estables, acústicamente distintivos a bajo volumen, y pueden originarse en llamadas infantiles de parentesco como mama/nana.


Notas#


Fuentes#

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  3. Ross, Malcolm. “Pronouns as a Preliminary Diagnostic for Grouping Papuan Languages.” Papers in Papuan Linguistics 2 (1996).
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